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Contextualización de la discriminación
bien engrasados, pero de eso escribiré otro día). Eso y
más pasa todos los días y sale gratis.
Pero pondré dos ejemplos de un tipo de discriminación
en el que los poderes públicos participan por acción u
omisión (y, por eso, puede calificarse como “discrimina-
ción institucional”).
La definición de la palabra “gitano, na” que alberga el Dic-
cionario de la Real Academia Española. En su primera y
principal acepción define a los gitanos como miembros de
un pueblo que no es originario de España, sino de la India,
que no reside sólo en España, sino que está “extendido por
gran parte de Europa” y que “mantiene en gran parte un
nomadismo” y “rasgos físicos y culturales propios”. Esta
definición no sólo violenta la realidad, sino que se trata,
además, de una definición que refuerza la idea de que los
gitanos “no son de los nuestros”: vienen de lejos, no sólo
están entre nosotros sino en otros lugares y, además, se
mueven constantemente (¿quizá en carromato?), lo que
impide considerarles de ninguna manera como uno más de
nosotros. Es una definición racista con matices xenófobos,
a la cual hay que reconocer cierta habilidad para poder afir-
mar tantas cosas negativas con tanta concisión.
La acepción sexta del Diccionario es más sincera aún, el
redactor se quita la máscara: gitano es “quien estafa u obra
con engaño”. Pero incluso podríamos citar en estrados a la
quinta acepción, que parece ser positiva: gitano es “que tie-
ne gracia y arte para ganarse las voluntades de otros. Suele
usarse, por lo común, como elogio, y en especial hablando
de las mujeres”. Aquí se introduce un matiz sexista. Parece
un halago, gracioso y folclórico, “qué gitana eres”, pero es,
en realidad, un insulto porque evoca un engaño, una mani-
pulación, aunque sea simpática; lo confirma un mero análisis
sistemático: el Diccionario define “gitanería” como “caricia
y halago hechos con zalamería, al modo de las gitanas”.
Al modo de las gitanas. ¿Todas las gitanas manipulan con
arte? Esto parece sacado de esas películas españolas en
blanco y negro de los años treinta y cuarenta. Al redactor
del Diccionario sólo le ha faltado añadir que después de la
gitanería a las gitanas lo que les gusta es arrancarse por al-
gún palo flamenco en la taberna correspondiente. Pero es la
palabra “gitanear” la que aporta la prueba de cargo del sen-
tido negativo de la gitanería porque la primera acepción es
“halagar con gitanería, para conseguir lo que se desea” pero
la segunda es ya, sin disfraz, mucho más clara: “tratar de
engañar en las compras y en las ventas”. Así pues, el autor
del Diccionario de la Real Academia de la Lengua lo tiene
claro en este punto: los gitanos son individuos que “no son
de los nuestros” y que engañan, de modo más reprobable
o más simpático (en este caso, las mujeres gitanas, lo cual
añade un interesante matiz sexista).
Otro ejemplo: las declaraciones racistas y xenófobas de
algunos líderes políticos. ¿Por qué en Francia condenan a
una militante del Frente Nacional a nueve meses de cárcel
e inhabilitación de 5 años por poner en su Facebook una
foto de la ministra francesa de Justicia y a su lado una
foto de un bebé de mono, con el pié de foto: “a los 18
meses y ahora”, y en España un alcalde, como el de Bada-
lona, pueda salir absuelto a pesar de repartir folletos en la
campaña electoral, de dar mítines y ofrecer declaraciones
a una televisión en las que afirmaba que los gitanos ruma-
nos que vivían en su ciudad eran “una plaga” y “una lacra” o
que “hay colectivos en este país que han venido única y
exclusivamente a robar y a ser delincuentes”? Por no hablar
de los rebuznos del Alcalde de Sestao, llamando “mierda” a
los inmigrantes y asegurando que ya se encarga él “de que
se vayan de Sestao a hostias”. Por supuesto, sus partidos
respectivos han cerrado filas con ellos y algunos líderes se
han apresurado a declarar que quizá las frases eran desa-
fortunadas, pero que, de ningún modo, tales personas eran
racistas o xenófobas. Por supuesto, no ignoro la necesaria
expansión de la libertad de expresión, y mucho más en
el escenario de la política, pero algo falla en nuestro or-
denamiento cuando un político puede decir impunemente
cosas como ésas. Aquí todo el acento se ha puesto en el
Código Penal, pero éste recoge los tipos de delito de odio
de manera ambigua, de modo que no está resultando útil.
Hay que mejorar la respuesta penal, pero, al mismo tiempo,
habría que recuperar la idea de una Ley de igualdad de
trato para sancionar administrativamente, con multa, este
tipo de conductas, por una institución independiente (qui-
zá, para no gastar excesivamente, el Defensor del Pueblo).
Pero, claro, si no hay racismo en España, ¿para qué dedicar
tiempo y energías a un problema inexistente?
IV. ¿Cómo enfrentarse al racismo líquido?
El racismo líquido requiere estrategias específicas. Por-
que la lucha aquí no se desarrolla en el campo de la mejora
de las condiciones de vida. No es un asunto de servicios
sociales, vaya (aunque esto siga siendo siempre muy im-
portante: alguien ha dicho que el primer derecho humano
es poder desayunar por la mañana y, a partir de ahí, todos
los demás). El escenario de confrontación del racismo lí-
quido es el ideológico, el simbólico, el de la comunica-
ción. Y aquí se presentan cuatro espacios clave: el edu-
cativo, el de la cultura, el de los medios de comunicación
y el político. Si el Parlamento español reflejara como en
un espejo la composición plural de la sociedad, debe-
ría albergar 7 diputados y 5 senadores gitanos en cada
legislatura; la misma proporción debería haber en todos
los parlamentos autonómicos, corporaciones municipales,
instituciones públicas ¡y también privadas! Este clamoroso
déficit de representación política, que a casi nadie parece
importar, manifiesta una ciudadanía de segunda clase para
el pueblo gitano y es un índice negativo de la calidad de la
democracia en España.