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Francisco Romero López, «Curro Romero»

Torero


Gitano, nacido en Camas (Sevilla) el 1 de diciembre de 1933, debutó como novillero en 1954 y tomó la alternativa en Valencia el 18 de marzo de 1959, de manos de Gregorio Sánchez.

Ha estado en activo hasta el 22 de octubre del 2000, donde súbitamente y sin que nadie lo presintiera, anunció su retirada. Tenía entonces 67 años, muchos más años que los que tuviera cualquier otro torero en el momento de retirarse.

Su calidad y señorío en el ruedo, hizo que se ganara el sobrenombre de "El Faraón" y tuvo una legión de fieles seguidores, los "curristas", que cuatro años después de su retirada aún no se han repuesto del disgusto.

Sobre su arte torero se han escrito cientos de páginas, tomamos esta pequeña muestra:

"Estética supone la aleación preciosa e ilustre de una serie
de caracteres propios de los andaluces gitanos y no gitanos.
De ahí la pureza, la verdad y la belleza de su arte de torero"

Biografía

Nacido en Camas (Sevilla), el 1 de Diciembre de 1933, tomó la alternativa en Valencia, el 18 de Marzo de 1959 de manos de Gregorio Sánchez, siendo testigo Jaime Ostos con toros del Conde de la Corte y la confirmó en Madrid el 19 de Mayo de 1959 teniendo como padrino a Pepe Luis Vázquez y testigo a Manolo Vázquez.

Se inició como novillero en la plaza de la Pañoleta, siendo una revolución lo que el joven torero de Camas montó en el festejo. Sus éxitos de novillero le llevaron hasta la categoría de matador de toros en 1959, pero seguía siendo desconocido del público.

Al año siguiente, tiene que hacer el servicio militar en Badajoz, lo que le aparta de los ruedos de toda España, excepto de las plazas próximas a Badajoz donde puede desplazarse en sus días de permiso. En estas circunstancias, un hecho fortuito le dará la oportunidad del triunfo, herido en una plaza, se cae en el último momento del cartel de la Feria de Sevilla, Juan García Mondeño. Hay que buscar rápidamente un substituto y alguien se acuerda de un joven torero sevillano, de esa forma inesperada entra Curro en la Feria de Sevilla de ese año.

Haciendo el cartel a última hora, le llega una tarde triunfal, que hace que aquel nombre, desconocido hasta entonces por el público, no se olvidará al aficionado sevillano hasta su retirada cuarenta años más tarde. Curro consigue realizar la mejor faena de la temporada. La Presidencia le concedió las dos orejas y sale por la puerta grande. En esta corrida, se le contaron hasta dieciocho verónicas.

Desde entonces, Curro Romero ha salido en hombros más veces que nadie por la puerta del Príncipe de Sevilla.

Curro Romero no deja indiferente a nadie, tenía seguidores incondicionales, los "curristas", que nunca reconocían aburrirse en una de sus corridas, y tenía detractores, todos los demás, que le negaban el pan y la sal, que acudían a las plazas donde actuaba pertrechados con rollos de papel higiénico, pero Curro nunca pasó desapercibido.

Los detractores decían que no era un torero valiente, que sentía miedo ante los toros, y tenían razón, Curro no fue nunca un torero temerario, Curro sabía que el toro que tenía a un palmo de su taleguilla podía perfectamente, sin esfuerzo, matarlo de una cornada en cualquier momento y como era inteligente, Curro sentía miedo, el miedo profundo de quien sabe que está arriesgando la vida. Quizás más miedo que otros toreros menos inteligentes que consiguen cegarse con el afán de ganar dinero o triunfos, y olvidan lo que tienen delante.

Pero justamente por eso, su toreo llegaba a los tendidos más que el de otros toreros, lo que en toreros "valientes" es tonta temeridad, en Curro era la superación del miedo por un acto de su fuerza de voluntad.

Cuando Curro notaba que la fiera que había en el ruedo, podía dar juego para crear su arte, superaba su miedo, y cuando hasta el último nervio de su cuerpo le pedía que se alejara del peligro, clavaba las zapatillas en la arena e iniciaba una suerte de valet, entre la inteligencia y la muerte, entre el arte y la fuerza bruta, y algo misterioso, que algunos llamábamos "duende", se extendía por los tendidos y el público percibía, junto al miedo que Curro luchaba por superar, la hombría de un torero que en esas condiciones se dedica a crear el arte efímero de la tauromaquia con elegancia insuperable.

La lucha entre un miedo profundo y el afán por imponer en el ruedo temple, mando y composición de la figura hacían de su toreo algo único que embargaba a la gente.

Ciertamente eso no ocurría todas las tardes, y las hubo que teniendo enfrente un toro que no daba juego, no considero oportuno jugarse la vida tontamente, y así, mientras que otros toreros en las mismas circunstancias usan trucos del oficio para deshacerse con disimulo de un animal peligroso, arriesgando lo mínimo, Curro ni se molestaba en disimilar y los pitos estrepitoso acompañaban su faena. Pero incluso en estas tardes aciagas, para los "curristas", ver a Curro dar un solo muletazo con "ángel" compensaba la tarde de fracaso.