Cultura Gitana - Poesía

Poesía


Carta a un hijo muerto

Querido hijo Ricardo:
Esta es una carta imposible que nunca podrás leer, porque tú ya no estas, y yo no sé escribir. Te has ido y yo no tengo consuelo.

Aquella última tarde en Carabanchel... ¡Que delgado estabas! ¡Sólo tenías piel y huesos! ¡Tus ojos brillaban por la fiebre como brillaban cuando eras pequeño!
Cuando eras pequeño... Te veo correr descalzo bajo la lluvia y chapotear en los charcos. ¡Cómo reías! Luego acurrucado cerca del fuego te quedabas dormido en mis brazos. Recuerdo que nunca os perdía de vista a tus hermanos y a ti, presentía que mientras estuvierais cerca de mi nada ni nadie podría haceros daño. Un día te miré y ya te habías convertido en un hombre, pero tus ojos habían dejado de brillar, parecían hundirse cada día más y más en tu cara.

 Llegó "el Caballo" y sin pensarlo te subiste a sus lomos y emprendiste una loca carrera, y siempre a tu lado la "Maldita Dama Blanca". ¡Maldita y mil veces maldita! Te ofreció paraísos, promesas de felicidad y libertad, mientras te iba colocando cadenas y más cadenas. Te casaste y llegaron los hijos, pero a ti ya te habíamos perdido, ahora la "Maldita Dama Blanca" había prescindido de su disfraz y se presentaba sin disimulo como una "Vieja Desdentada y Huesuda", agarrando las cadenas con que te había rodeado.
Que importaba ya que los payos te pusieran preso, si ella te había quitado lo que es más nuestro; la salud, la libertad y la familia. Te veo ahora como te ví la última vez en aquel cuartucho, sentado en la silla de ruedas. A tu espalda la "Vieja Desdentada" reía, sabía que te tenía entre sus garras y que ya no te soltaría. Pero al ganarte te ha perdido. Al fin eres libre otra vez, ya nada ni nadie podrá hacerte daño y vivirás para siempre en el recuerdo de los tuyos.
Tu madre que te quiere

Agueda