21 de Enero de 2025
Por Francisco Suárez
LA VERDAD INVENTADA.
A estas alturas, y a mis años, aún sigo preguntándome cuál fue el verdadero motivo por el que los gitanos tuvimos que abandonar nuestro lugar de origen: un lugar que según dicen, es un país donde el sol sale detrás de una oscura montaña, que allí, vivíamos felices bajo la tienda azul del cielo cuidando de nuestra familia y de nuestros caballos, pero que una noche, los malvados jinetes blancos del Norte quemaron nuestras casas y pasaron a cuchillo a viejos, mujeres y niños, y que desde entonces, no nos atrevemos a permanecer mucho tiempo en un mismo lugar... en un mismo lugar.
Historiadores e investigadores de reconocido prestigio nos sitúan en el Punjab, una de las regiones más hermosas y ricas de la India. Nos informan de que nuestro idioma es nieto del sánscrito, que nuestra cultura pertenece a la de Harappa y Daro, una de las más antiguas que se conocen, y que salimos de allí alrededor del año 1000 de nuestra era, y que errantes; no hemos parado de buscar ese lugar que nos recordara la dicha que perdimos. Pero aún, a estas alturas, y a mi edad, sigo preguntándome por qué durante ese largo período de itinerancia no decidimos volver a ese lugar perdido y añorado. ¿Por qué? Alguna razón de peso tiene que haber. Parece ser que se trató de constantes invasiones y atroces guerras fronterizas y religiosas. Siempre las guerras haciendo de las suyas enviando al exilio y a la muerte a millones de inocentes.
Las naciones no existen si no tienen su propia historia. Por eso, sigo preguntándome: ¿Cuál es la nuestra? Y siempre, aunque no quiera reconocerlo, me respondo. Nuestra historia es la Historia universal de la infamia.
Sabemos que la historia de cada país, etnia o grupo social está condicionada por puntos de vista, interpretaciones interesadas o verdades inventadas, y que la palabra historia carece de significado y contenido si no está relacionada con lo otro, con los otros y la otredad.
Cuenta el escritor alemán Bertold Brecht, que un día, paseando por una calle del centro de Berlín, un coche chocó contra una farola. Los testigos que presenciaron el accidente le contaron a la policía lo que cada uno de ellos había visto. Una mujer joven, bastante alterada, declaró que al coche le habían fallado los frenos. Un hombre mayor dijo con aplomo que el conductor iba bebido: había hecho unas eses arriesgadas antes de invadir la acera, y finalmente, una viejecita encantadora, con gafas de cristales culovaso, declaró que no había farola.
Quedó claro que el coche había chocado. Fue un hecho constatado. Pero las versiones de los testigos crearon otras verdades tan diversas como opiniones y puntos de vista subjetivos y dispares.
Si esto lo aplicamos a lo que conocemos como verdad oficial nos encontramos con una verdad compartida y aceptada aunque sujeta siempre a múltiples y a divergentes interpretaciones. Y si además lo aplicamos a la Historia de España, podemos comprobar que, su historia está sustentada en muchos casos en la construcción de verdades alternativas o inventadas con la finalidad de crear el antecedente de una identidad nacional.
Muchos de los hechos documentados en las crónicas de cada época, están basados o inspirados en verdades enfrentadas casi siempre, tras contiendas bélicas e ideológicas, por los vencedores. La historia la escriben siempre los vencedores.
Pongo un ejemplo que todos conocemos.
Se nos presenta al famoso personaje del Cid, uno de los héroes primigenios más admirados de la historia de España, como el libertador que, con su valor discutible de gran estratega, venció y expulsó a quienes por entonces, tras ocho siglos de convivencia, no eran considerados españoles. La conclusión a la que han llegado algunos historiadores es que ese figurón, no existió. Una verdad inventada basada en un hermoso poema anónimo. Sin embargo, su figura se convirtió -para muchos, no para todos-, en un héroe que logró acabar con el dominio político de una cultura que en verdad fue la que determinó su identidad. Su alargada sombra aún campea en la mente y en el corazón de tantos que siguen creyendo que las naciones se levantan, se forman y legitiman con el perverso objetivo de la limpieza étnica.
Sin embargo, si estas consideraciones las aplicamos a la historia oficial de nuestra etnia, nos encontramos solamente, y digo solamente, con hechos refrendados en documentos oficiales donde no caben versiones, puntos de vista o interpretaciones de ningún tipo.
Estos son los hechos oficiales:
El primer documento que se conoce de nuestra presencia en la Península ibérica es el salvoconducto otorgado por el rey Alfonso V de Aragón, a Juan de Egipto Menor, el 12 de Enero de 1425.
Dice:
Yo, Alfonso V, a todos y cada uno de mis nobles, amados y fieles nuestros y sendos gobernadores, justicias, alcaldes, tenientes de alcalde y otros oficiales y súbditos nuestros, e incluso a cualquier guarda de puertos y cosas vedadas en cualquier parte de nuestros reinos y tierras: ¡Salud y dilección! Como nuestro amado y devoto don Juan de Egipto Menor, cuenta con nuestro permiso de ir a diversas partes, y que debiendo pasar por algunos de nuestros reinos y tierras, queremos que sea bien tratado y acogido, así que a todos y a cada uno de vosotros os decimos y mandamos expresamente, bajo pena de nuestra ira e indignación, que el mencionado Juan de Egipto Menor y los que con él fueren y lo acompañaren con todas sus ropas, cabalgaduras, bienes, oro, plata, alforjas y cualesquiera otras cosas que lleven consigo, sean dejados ir, estar y pasar por cualquier ciudad, villa, lugar y otras partes de nuestro señorío y queden a salvo y seguridad, proveyendo y dando a estos, pasajes seguros y siendo conducidos cuando el mencionado don Juan lo re- quiera a través del presente salvoconducto nuestro.
Firmado en Zaragoza con nuestro sello, el día doce de enero del año del nacimiento de nuestro Señor: 1425. Alfonso, rey.
Este bendito salvoconducto nos permitió vivir uno de los períodos más pacíficos de nuestra itinerancia y de nuestra historia. Fueron años de convivencia y que según las anales de la época supuso el reconocimiento de la diversidad de las culturas musulmana, judía, cristiana y gitana. Pero esta fortuna duró apenas un siglo, ya que en 1499, bajo el reinado de los mal llamados Reyes católicos, se promulgó y firmó, sin que les temblara la mano, la primera pragmática antigitana. Esos años de tolerancia se mudaron en una de las pesadillas más cruentas que los gitanos podemos recordar.
Francisco Suárez es director de escena y escritor.
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