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"Serena" es la nueva entrada de la Bitácora Gitana 2.0 un adelanto de la nueva novela de Sally Cortés [editar]

La escritora Sally Cortés nos mete de nuevo en la piel de la joven "gypsia" que sufre el amor y el racismo en tiempos de guerra. Además la autora nos selecciona una lista de canciones para acompañar al texto.

08 de Mayo de 2020
Bitácora Gitana 2.0

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Serena 

Hacía bastante calor, pero todos estábamos celebrando en las calles el final de la guerra, una guerra que, al igual que todas, había resultado una terrorífica pesadilla, aunque para unos más que para otros. Había durado dos largos y agónicos años, y aunque solo era una niña, había aprendido perfectamente qué era un toque de queda, los refugios, los bombardeos y aquellos hombres uniformados que nos odiaban solo por ser diferentes.

Todos habíamos perdido a algún conocido en la guerra... Mi mejor amiga, Elena, con la que empecé el colegio y con la que jugaba cada día hasta que también nos lo prohibieron, había muerto en una de las explosiones que nos sorprendió en mitad de la madrugada. A mí no me lo contaron, pero era inevitable escuchar comentarios entre los susurros de los adultos. La lloré a escondidas durante días, sin que mis padres se dieran cuenta y pidiendo cada noche a las estrellas, para que esto acabara.

En realidad ya hacía dos meses que todo aquello había terminado, la parte alta de la ciudad estaba casi intacta, pero la parte menos alta ─que era donde vivíamos nosotros─ estaba en ruinas; había quedado en nada, enterrada bajo escombros, pertenencias y recuerdos.

Pero ese día de calor, era un día feliz para nosotros. Nos habían trasladado a todos los que habíamos perdido nuestras casas al nuevo gueto, donde nos esperaban pequeñas casas prefabricadas y caravanas, así que a pesar de que muchos de nosotros habíamos perdido todo, estábamos contentos, por el hecho de tener la oportunidad de volver a empezar, pero sobre todo, de seguir con vida.

La música estaba sonando fuerte mientras todos celebraban, comían, bebían y bailaban. Todos los niños volvían a jugar en las calles como antes; sin embargo, yo miraba a mis padres cómo bailaban abrazados y riendo felices después de mucho tiempo. Mi madre estaba tan guapa con su vestido rojo... y mi padre, siempre pensé que parecía el príncipe de un bonito cuento capaz de derrotar a cualquier dragón. Ella le acariciaba la cara y lo miraba de la manera más bonita que jamás había visto, mientras su largo pelo negro, se mecía con elegancia bajo las caricias de la brisa del verano. Mi abuela, que estaba sentada en la puerta de la nueva casa con una amiga, tenía a una pequeña Lola en brazos, y yo continuaba frente a mis padres, mirándolos embobada, mientras que las otras niñas tiraban de mi vestido blanco para que volviese a jugar con todas ellas.

Los fuegos artificiales se oían por doquier, y aunque aún no era de noche, nos daba lo mismo. Todo era perfecto, todo volvía a ser normal dentro de las posibilidades que nos habían ofrecido. Al levantarme del escalón donde estaba, vi cómo una moto se acercaba por la calle con dos ocupantes que llevaban cascos oscuros, y creí ver que estaban lanzando alguna especie de fuego artificial, pero en ese momento, entre el ruido de la música, de los fuegos y de todo lo demás, la gente comenzó a correr y a gritar.

No sabía bien qué estaba pasando, pero mi padre se abalanzó sobre mí tirándome al suelo y cubriéndome con su cuerpo. La música paró, y los gritos sonaron con más claridad sobre los fuegos artificiales, que poco a poco, fueron apagándose hasta desaparecer.

Mi padre pesaba mucho, pero no se quitaba de encima mío por más que se lo pedía. Yo había caído con el codo y me dolía muchísimo. Llamaba a mi padre una y otra vez para que se quitase de encima, pero mi padre no respondía. Fueron los mismos vecinos los que lo sacaron de encima, dejándome respirar de nuevo y comprobar estupefacta, a todos los vecinos que había a nuestro alrededor gritando, llorando y maldiciendo. Algunos vecinos estaban tirados en el suelo, manchados de sangre... al igual que mi padre... al igual que mi madre. Me miré el vestido, ese vestido que mi madre nos había estado cosiendo a mi hermana y a mí para ese día especial durante tanto tiempo, que también estaba manchado con sangre. Pero esa sangre no era mía, si no la de mi padre que yacía en el suelo, con los ojos abiertos fijos en el infinito y su cuerpo inerte. Mi madre, sin embargo, parecía dormida, igual que dormía por las mañanas justo antes de que fuera despertada por mis besos. Comencé a limpiarme torpemente el vestido para que mi madre no se enfadara al despertar, ella estaba muy contenta con el vestido y me había dicho en reiteradas ocasiones que jugara con cuidado para no mancharlo, pero aquellas espantosas manchas rojas y pegajosas no se iban, al contrario, se pegaban en mis manos, y mis manos manchaban nuevas partes del vestido. Entonces, entre todos los demás gritos, el pánico se apoderó de mí, cuando mi abuela vino corriendo hacia mí llorando.

─¡Serena!, ¡Serena!

Me desperté empapada en sudor, y con esa sensación de pánico después de una pesadilla. Esa extraña sensación de no ser capaz ni de moverte... inmovilizada por el pánico, completamente paralizada; y después de mucho tiempo, volví a llorar la muerte de mis padres, como si lo acabase de revivir.

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