A FONDO MARIANO FERNÁNDEZ ENGUITA |
Escuela y etnicidad:
el caso de los gitanos
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"El
gitano, que vive intensamente en, a través de y para el grupo familiar,
busca una posición social o una trayectoria de movilidad, pero no
individual sino grupal, y eso la escuela no está en condiciones de
ofrecérselo siquiera". "La apertura de la institución escolar a la lengua, la historia y la cultura de las nacionalidades y regiones no ha supuesto siquiera una brecha por la que pudieran entrar las de los gitanos, perjudicados una vez más por su extraterritorialidad". |
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"Para los payos, el modo de vida gitano choca con componentes nunca explicitados pero indispensables para la convivencia cotidiana, parte de lo que los interaccionistas llamarían el mundo que se da por sentado". |
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"Se dan todas las condiciones para que se genere un movimiento tipo white trash, en el que el sector más pobre del grupo étnico dominante se convierte en el más abiertamente racista o, simplemente, en el ariete de una realidad discriminatoria que el sector privilegiado puede seguir comentando escandalizado con la tranquilidad que da la distancia".
"La forma específica de escolarización del pueblo gitano debe surgir de una negociación -o de muchas, tanto en el tiempo como en el espacio- entre ellos mismos y la sociedad". |
Por último, el aumento o la apariencia de aumento de la
delincuencia, la psicosis de inseguridad ciudadana y, en particular, las
serias dimensiones del tráfico de drogas, y la implicación real o
presunta de algunos grupos gitanos en esta problemática -aunque sea más
como factores intervinientes que como causas últimas- los convierten en
fácil blanco de los impulsos racistas de los payos. Por un lado, una
porción importante aunque minoritaria del grupo se desliza hacia estas
actividades empujada por la falta de oportunidades económicas
alternativas, por la afición al dinero fácil, por la inercia de la doble
moral en torno a la divisoria étnica y por la funcionalidad al respecto
de la solidaridad de los grupos familiares extensos y la desvinculación
del territorio. Por otro, los casos individuales son utilizados desde el
lado payo como estigma para el grupo y como legitimación para
estereotipos culturales y actitudes discriminatorias, cuando no para el
lanzamiento de hostilidades que ya se parecen a pogromos. LA ESCUELA, ESCENARIO DE UN DESENCUENTRO Llegamos así al punto en que la irrupción más o menos repentina de un nutrido alumnado gitano nuevo y no necesariamente voluntario hace tambalearse algunas rutinas de la vida escolar, somete a aquéllos a una experiencia a menudo muy poco gratificante y pone claramente en cuestión la política educativa dirigida al pueblo gitano. El proceso pone de repente en evidencia, sin ir más
lejos, que la escolarización no es solamente un derecho, como habíamos
llegado a creer de tanto desgañitarnos sobre sus insuficiencias y
deficiencias, sobre la igualdad de oportunidades, etc., sino también una
imposición. Esto salta a la vista cuando el triángulo centrípeto
formado por un Estado educador, unos padres ansiosos y unos alumnos
conformes es sustituido por otro, centrífugo, en el que el Estado es el
mismo y sigue queriendo lo mismo, pero los padres y los alumnos no.
¿Hasta dónde pueden los padres elegir la educación de sus hijos? En el
mundo payo, este problema se reduce a elegir el tipo de escolarización,
porque el Estado, la sociedad y los individuos comparten la convicción de
que los niños deben ser escolarizados, y si algún padre no asegura su
escolarización la sociedad lo ve y él mismo lo ve como la violación de
un derecho y el incumplimiento de una norma indiscutibles. ¿Pero qué
pasa cuando el Estado y la sociedad paya lo ven así pero el individuo y
la sociedad gitana, que para estos efectos puede ser simplemente un clan,
no? Se produce, en fin, una hecatombe académica. Parte de los nuevos alumnos llegan por vez primera con edades muy superiores a la del comienzo de la escolarización obligatoria, por no hablar ya de que muy pocos han pisado la educación preescolar, con lo cual se plantea el problema difícilmente soluble de si ponerlos con alumnos de su edad a pesar del desnivel de conocimientos o con los alumnos de su nivel a pesar de las diferencias de edad. El desinterés de muchos hacia lo que se les quiere enseñar es manifiesto, y los profesores no están acostumbrados a sufrirlo en ese grado. El absentismo es el pan nuestro de cada día, imposible de encajar en un sistema educativo en el que la planificación de las actividades consiste fundamentalmente en cumplir rigurosamente una agenda, y el abandono definitivo se produce en cuanto los niños y niñas gitanos pueden ayudar a sus padres o éstas muestran los primeros signos de madurez sexual, fácilmente hacia los once o doce años. Aunque la promoción automática los hace avanzar de curso en curso, pocos superan los objetivos del curso o la etapa y apenas unos cuantos, a contar con los dedos de una mano en colegios que los escolarizan por decenas, llega a la tercera etapa de la Educación General Básica. El profesorado, en fin, se encuentra con una diversidad cuantitativa (de nivel) y cualitativa (cultural) dentro de cada aula para hacer frente a la cual no está normalmente preparado -en todo caso no por su formación inicial ni formal-, y los centros con un público al que generalmente no saben encajar en las rutinas burocráticas sobre las que se apoya su funcionamiento regular. Del lado de los gitanos, y por muy convencidos que algunos puedan estar de que sus hijos deben salir del agujero en que ellos se encuentran y de que la educación es la vía para hacerlo, la escolarización no deja de ser una forma de separación forzosa que produce miedo y rechazo. Es forzosa en sentido estricto y actual, pues se impone directa e indirectamente a través de las políticas de vivienda, de integración, de salario asistencia, etc., y de la presión constante de los trabajadores sociales y otros agentes y autoridades payos. Pero es que no debemos olvidar, además, que en este país, como en otros, ya se procedió en 1749 a separar masivamente a las familias gitanas, enviando los niños más pequeños y las madres a los presidios y los mayores y los padres a trabajar a los arsenales, o que todavía en la década de los cincuenta de este siglo cientos de niños fueron separados de sus familias por la fuerza en Alemania, dos hechos entre muchos que aún están muy vivos en la tradición oral gitana, aunque sea de modo impreciso. Incluso sin contar con esto, la escuela es, como ya señalamos con anterioridad, un lugar potencialmente hostil al que tienen que enviar precisamente a los elementos más débiles e indefensos del grupo familiar. Los payos los enviamos a ella para que estén seguros, pero los gitanos lo hacen con miedo. Una vez en el centro, es difícil que no vivan un atentado tras otro a su dignidad y su autoestima. No es que los profesores o los alumnos los agredan de manera sistemática, pero siempre hay alguien que lo hace y los recuerdos de la vida escolar de los gitanos ya crecidos están trufados de experiencias desagradables de rechazo o descalificación. Aun sin eso, plegarse al aprendizaje de una cultura que los ignora y verse sometidos a unos criterios de evaluación, formal o informal pero constante, en los que reiteradamente quedan por debajo de la inmensa mayoría de sus compañeros, que de paso resultan ser los payos, no puede ser una experiencia agradable. Otra variante, y no la peor en este aspecto, es que vivan la escuela como una forma de reclusión suave consistente en permanecer en las aulas en las mesas del fondo, sin participar en las tareas que realizan sus compañeros, con alguna maestra benevolente que los pone a dibujar y les deja estar a condición de que no alboroten y permitan que ella siga con las actividades "normales" de su clase. La institución los entretiene y ellos se dedican, en sentido estricto, a matar el tiempo. |
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"Llegamos así al punto en que la irrupción más o menos repentina de un nutrido alumnado gitano nuevo y no necesariamente voluntario hace tambalearse algunas rutinas de la vida escolar, somete a aquéllos a una experiencia a menudo muy poco gratificante y pone claramente en cuestión la política educativa dirigida al pueblo gitano".
"Tanto los trabajadores como las mujeres y los gitanos han sido primero excluidos, luego escolarizados de forma segregada y más tarde sumados a unas condiciones de escolarización iguales para todos pero hechas a la medida de sus respectivas contrapartes." |
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Número 7/8 - Diciembre 2000 - Revista Bimestral de la Asociación Secretariado General Gitano |