El estado de la cuestión
Los gitanos hemos vivido mayoritariamente de espaldas al devenir de
los tiempos, a remolque del progreso social y económico y fuera de las
coordenadas de la industrialización y de la competitividad en todos los
órdenes que caracterizan al mundo moderno. Sencillamente porque las
condiciones, que históricamente se vienen dando, de marginación y
desclasamiento, han evitado nuestro acompasamiento con el resto, con los
no-gitanos. Y cuando ha ocurrido el milagro, puesto que de milagro ha de
calificarse el hecho de ser gitano y lograr una capacitación intelectual
o lograr una cierta posición económica, hemos desertado de nosotros
mismos para integrarnos en el sistema social clasista, olvidándonos del
interés o de los intereses colectivos.
Disueltos en la turbulencia de los tiempos que corren, resulta difícil,
cuando no imposible, encontrar puntos de referencia estables que unifiquen
y den vigor a la "identidad gitana". O, ¿podría decirse que,
paradójicamente, la ausencia de una poderosa corriente unificadora es lo
que "distingue" o da "vigor" a la identidad gitana?
Expondremos, a continuación, nuestra opinión sobre el estado actual de
la cultura gitana.
Las referencias esenciales que sitúan la cultura gitana en su proceso
histórico se pueden resumir así: el paso del nomadismo a la
sedentarización, y el cambio de una sociedad rural a otra urbana. Ambas
incidencias se han soportado con una sola idea de la conciencia gitana: el
etnocentrismo, que unas veces ha sido vivido como imposición y otras como
necesidad inexcusable y propia para permanecer así en su identidad. A lo
que hay que añadir el hecho, que se ha convertido en crucial, de ser una
etnia marginada.
Resulta, por otro lado, que la concepción más extendida entre los
estudiosos de la cultura gitana ha tenido dos notas comunes. En primer
lugar se ha conceptuado como extraña, como diferente. En segundo lugar he
ejercido una atracción y un aprecio estético.
En ambos casos los que se atribuyen la personalidad de gitanos casi nunca
han dicho nada: han sido los otros, los no gitanos los que nos han
identificado. Quiero decir que la reflexión nunca ha sido el fundamento
de nuestro devenir. La cultura gitana no ha sido capaz de dar respuesta a
esta pregunta: ¿cómo evolucionar sin cambiar? Incapaz de hacerlo con
respuestas coherentes, ésta se ha petrificado.
Hay en el fondo mucho confusionismo y quizás los gitanos estamos un poco
perdidos, como sonámbulos, muchos sin saber siquiera de dónde venimos ni
mucho menos a dónde vamos. Desde hace tiempo los gitanos venimos siendo
reconocidos por los no gitanos. Nuestra "identidad" se nos
reconoce pero ¿qué hacemos con nuestra identidad? ¿Para qué la
queremos?
Vivimos bajo el ojo de los no-gitanos. Siempre mirando la cara que nos
ponen los gachós y rara vez hemos preguntado qué es ser gitano y cómo
tenemos que seguir siéndolo, cómo es el mundo en que vivimos y cómo
queremos que sea para nuestros hijos. ¿Hay que educar a los niños
gitanos de un modo especial?
El vivir así condiciona nuestra realidad y nuestra situación social. Son
ellos, los no-gitanos quienes nos marcan el rumbo, el norte. Y, nosotros,
a remolque vamos, a dónde nos lleven. ¿Estamos perdiendo nuestra
consciencia y las fuentes de nuestra identidad? Hoy no son observables, o
lo son circunstancial o raramente, los símbolos de nuestra identidad, ni
de nuestras relaciones ni de nuestra historia. Hoy el espacio social que
ocupamos se ha convertido en un espectáculo que lo conforman una serie de
etiquetas que nos han puesto. En un mundo mercantil, como el que hoy
vivimos, la diferencia se convierte en una mercancía: se vende lo gitano.
Negocio para unos pocos y miseria para la mayoría. Porque si no hay
miseria se acaba el negocio.
A expensas de lo que otros digan de nosotros o de lo que otros piensen,
ser gitano es cada día más difícil y problemático y parece que no
tenemos más solución que acomodarnos en la marginación y en la pobreza
o, al fin y al cabo, adherirnos a otras pautas, a otras normas, a la otra
cultura, dejando de ser gitanos a nuestros propios ojos y a ojos de los
demás. Claro está que podemos resistirnos, y así sentimental y
emocionalmente considerarnos gitanos cuando nos reconocemos entre
nosotros, en familia, cuando ocurre el cante... y poco más. Sin vida
comunitaria, dispersos, luchando por la supervivencia y sin conciencia
colectiva, como perdidos y sin saber de dónde venimos ni, mucho menos, a
dónde vamos.
Deambular sin rumbo cierto para una cultura es algo arriesgado, cuando no
temerario. Así nos perderemos y no tendremos nada que legarles a nuestros
hijos. Y es porque nuestra identidad no ha estado para nada guiada por la
preeminencia del pensamiento, de la reflexión ni de una racionalidad que
nos articule, que vertebre la mínima y necesaria cohesión de la
colectividad gitana. Vivimos así, como plegados sobre nosotros mismos
intentando aguantar los tirones de una sociedad que evoluciona
vertiginosamente, en un mundo turbulento y expansivo, en el que quizás
nos disolvamos si no nos paramos a reflexionar y hacemos memoria de lo que
nos han dejado nuestros antepasados y decidimos asumir nuestra
responsabilidad.
No podemos permitir que otros nos digan lo que tenemos que hacer y cómo
tenemos que ser. Pues una cultura no se sostiene sólo de costumbres, de
valores o de sentimientos; también hacen falta ideas para enriquecerla o
defenderla, para que en todo momento mi cultura, mi ser gitano impregne a
la vez mi pensamiento más elevado y los gestos más sencillos de mi
existencia diaria.
Con todo, y sin embargo, se puede pensar que hasta ahora la cultura gitana
ha sobrevivido, que hemos sobrevivido y que así va a seguir siendo.
También se puede opinar lo contrario: que ya no quedan gitanos. O que los
pocos que hay se acabarán. Las dos opiniones tienen su razón de ser
desde nuestro esencial y probablemente común carácter sentimental y
nostálgico, constituido fundamentalmente por algunas normas morales y de
conducta heredadas de nuestros mayores. Entre las que hay que distinguir,
dicho sea de paso, aquellas que son básicas de nuestra cultura de las que
son espúreas y que se han adoptado como consecuencia del subdesarrollo
social y económico mayoritarios al que nos vemos sometidos. Quiero decir
que ser gitano no es ser pobre o ignorante o comerse unas migas o un
potaje. Debemos aceptar que en nuestra cultura hay prejuicios e ignorancia
también y que no debemos elevarlos al rango de fundamento de nuestra
identidad cultural.
Debemos ir considerando desde ahora el modo y la forma de ir buscando el
rendirnos cuentas a nosotros mismos porque no podemos permitir por más
tiempo el que desde otra cultura y desde otra realidad nos digan lo que
fuimos, lo que somos y lo que debemos ser. Nuestra inconsciencia
histórica nos hace vulnerables y fácilmente manejables. Así, dicen que
somos gitanos porque lo parecemos: tenemos la tez oscura, el pelo endrino
y porque somos pobres... fundamentalmente. Nos reconocemos porque somos de
tal o cual familia, porque afirmamos serlo o porque nos gusta o sabemos
cantar o bailar... De este modo y, como ejemplo, diré que si uno va
sucio, desarrapado, malvive, "parece gitano" o "es
gitano"; si va aseado, vive bien o muy bien, no se "sospecha que
sea gitano" o, peor, "no es gitano", aunque este individuo
lo sea o se confiese gitano. Se nos identifica, por la mayoría social, en
función de nuestro grado de pobreza o de marginación, o de nuestra
ignorancia.
¿Probablemente hubo un tiempo en el que nuestra cultura fue más definida
o diferenciada o más cohesionada? No lo sabemos, pero hoy la cultura
gitana, si es, es una cultura larvada; y, por tanto, enquistada por
intranscendida, es decir, que no hay ni ha habido ningún modo propio que
la vehiculice que vaya más allá de la transmisión oral.
Tampoco, si exceptuamos el excelso fenómeno del cante, poseemos productos
patrimoniales de nuestro espíritu y de nuestra cultura que puedan ser
equiparables a los de otras culturas (una literatura, una religión...).
Se señalan como integradores del sistema cultural gitano ciertos
mecanismos internos de organización (el linaje, consejo de ancianos), un
sistema de valores (solidaridad, sentido providencial...), el idioma (el
caló)... A veces, una lengua que ya casi nadie habla ni es socialmente
funcional se transporta entonces como los seudogenes, pervirtiendo el
sentido de lo que es una lengua. Porque una lengua es un instrumento para
comunicarse y la lengua étnica se resucita para incomunicarse de los
demás, para aislarse en una comunidad aparte en el seno de la propia
sociedad, donde ya se compartía una lengua común con todos los
demás.
No voy a plantear aquí una revisión del grado de adhesión que los
gitanos, hoy por hoy, tenemos a esos valores o esa forma de organización
o bien si el caló en nuestro vehículo de comunicación cotidiano. Esto
sería, pienso yo, un esfuerzo que no cambiaría para nada el resultado:
la vivencia en y por esos valores de los individuos y del colectivo
gitano, hace ya tiempo que empezó a reducirse, a larvarse como decía, si
no es que están en trance de desaparición muchos de estos caracteres.
Las razones históricas de esta lamentable situación, de este
arrasamiento cultural son hoy ya conocidas por la mayoría, aunque, es
importante decirlo, no por la mayoría de nosotros. No somos conscientes
de nuestro pasado histórico, somos más bien inconscientes del
mismo.
La pasividad gitana o, mejor dicho, la impasibilidad, su resignación a lo
largo de la historia y ante la política seguida para con ellos o contra
ellos ha sido y es proverbial. Así que yo creo que este es uno de los
aspectos culturales que hoy podemos constatar entre nosotros: la radical
imposibilidad de respuestas colectivas. La sumisión más absoluta, la
resignación, el fatalismo... son las respuestas gitanas ante la
agresión, la incomprensión y la miseria. No hay una conciencia colectiva
y unificadora que nos permita enfrentar nuestra realidad o lo que nos
acaece. Constituimos una cultura sin puntos de referencia estables o
suficientemente asumidos, generalizados y válidos, que nos permitan
asumir nuestra historia y proyectar nuestro futuro. El factor que
constituye nuestra general creencia en la divina providencia, nuestro
sentido providencialista de la vida tiene el inconveniente de hacernos
insensibles ante el porvenir, e irresponsables también.
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"La
cultura gitana se mantuvo desprovista del rasgo o esfera de lo
intelectual. Sólo opuso la convicción de su modelo de organización de
la vida, que se centra en la intimidad y en la emotividad como medios de
conocimiento. Y sólo dentro de los estrechos límites de la familia" "Desde
hace tiempo los gitanos venimos siendo reconocidos por los no gitanos.
Nuestra identidad se nos reconoce pero ¿qué hacemos con nuestra
identidad? ¿Para qué la queremos?" |
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