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Número 24 - Abril 2004
Revista Bimestral de la Fundación Secretariado General Gitano

A FONDO

KOEN PEETERS GRIETENS

 

La participación de los jóvenes gitanos

 

En abril del pasado año, el Instituto de la Juventud organizó en Oviedo un Foro sobre el tema "Juventud gitana y participación social. Los jóvenes gitanos como agentes de transformación". En él participaron unas 150 personas (jóvenes gitanos y no gitanos, técnicos de juventud, profesionales de la educación, presidentes de asociaciones gitanas, …) para discutir sobre el papel que está asumiendo la comunidad gitana en el ámbito de la participación y la responsabilidad que tienen sus jóvenes en este aspecto.
 
Entre los ponentes se encontraba Koen Peeters, autor del artículo que ocupa en esta ocasión la sección de A FONDO de este número de la revista dedicado a la juventud gitana.
 
Koen Peeters Grietens es antropólogo especializado en investigación social y capacitación de minorías étnicas. Ha trabajado especialmente con el pueblo gitano en España y en América Latina. Actualmente pertenece al Seminario Permanente de Estudios Gitanos del Grup de Recerca d’Antropologia Fonamental i Orientada (GRAFO) de la Universidad Autónoma de Barcelona.


 

Este artículo pretende ofrecer una reflexión crítica, desde una perspectiva antropológica, de varios aspectos relacionados con la participación de los jóvenes gitanos[1]. Es evidente que las condiciones y contextos en los que se da la participación son extremadamente variados y cambiantes -como también lo es la juventud gitana- y no se pueden dar soluciones uniformes; tan sólo se pretende aquí apuntar una serie de factores, algunos socio-culturales y otros socio-organizativos, que están directamente involucrados, operen o no en cada caso y momento en concreto.
 
 

Jóvenes gitanos y participación: factores socio-culturales

La edad, como principio de organización social, implica la internalización -consciente a veces e inconsciente la mayoría de ellas- de unas normas y reglas culturales específicas para cada pueblo y otorga a sus miembros un rol y estatus cuyo cumplimiento implica prestigio para el individuo y sus relaciones sociales y cuya ruptura puede ser causa de conflicto en el interior de la comunidad. De esta manera, la edad o, mejor dicho, la pautación cultural de la edad en el pueblo gitano, incide directamente en el comportamiento y las expectativas que sus miembros crean respecto a ella[2].

En la cultura de los gitanos españoles, siempre en líneas generales, podemos identificar la infancia, la mocedad, la edad adulta y la vejez, como categorías de edad.

La infancia es una etapa en la que los niños y niñas gitanos conocen una extraordinaria libertad y permisividad que no tiene igual en otra época de su vida. En la medida en que se pueda y el tiempo que sea posible, se les consiente todo y se evita imponerles más normas que las estrictamente necesarias. Además, se valora que sean espabilados, astutos, que muestren iniciativa y energía. Posiblemente, esta permisividad es una pauta cultural que prepara a los hijos e hijas gitanos para un futuro en el que la resistencia forma parte de su vida por pertenecer a una minoría étnica y porque necesitarán tener confianza en lo suyo y pasar de lo de los demás para poder subsistir como cultura –siempre teniendo en cuenta la diferencia de género en este aspecto.

El paso a la mocedad viene dado, básicamente, por los cambios fisiológicos propios de la pubertad y da paso a la edad adulta con el matrimonio y, especialmente, con el nacimiento del primer hijo, que lo consolida. Cuando salen de la infancia, los jóvenes gitanos ya tienen ciertas responsabilidades y roles asumidos. La realidad de la situación económica familiar parece ser uno de los factores determinantes en cuanto a la edad concreta y la intensidad en que se asumen este tipo de responsabilidades. La marginación de una parte de la población gitana hace necesaria la temprana incorporación de los niños y niñas al mundo laboral, tanto en el ámbito doméstico como fuera de él. Así, los mozos ya han aprendido a participar en las actividades de subsistencia familiar y paralelamente se les otorgan responsabilidades en la vida social de la familia y un poder de decisión conforme (especialmente entre los chicos) que se ve respetado por los adultos.

Por otro lado, durante la mocedad existe la opción socio-culturalmente aceptable del matrimonio o la preparación para éste y se da una división más clara por género como principio de organización social que por grupo de edad. Así, las mujeres vivirán la mayor parte de su socialización y de sus experiencias vitales entre mujeres y los hombres entre ellos. También en esta fase de la vida se da una intensificación de la transmisión de la cultura, que se refleja tanto en el control de la comunidad sobre las mozas como en la valoración de la ostentación y la astucia en los mozos y se espera de ambos que muestren que van a ser gitanas y gitanos adultos ejemplares. Este hecho podría ayudar a explicar por qué se hace más difícil interesar a los jóvenes en participar en espacios no gitanos en la mocedad que durante la infancia y la edad adulta.

El fuerte control social sobre las mozas y la interiorización de ciertas pautas culturales condicionan y restringen sus relaciones sociales, lo que es decisivo en la construcción de su entorno social, hechos que podrían actuar como mecanismos de permanencia cultural y resistencia étnica. Los mozos, por su parte, se encuentran ya desde temprana edad en una situación más privilegiada, en la que tienen menos responsabilidades y obligaciones pero mayor poder de decisión y libertad que sus hermanas o primas. Mientras que para ellas ésta es una fase en la que se les limitarán sus espacios sociales y físicos, para los jóvenes mozos se acentúa el aprendizaje a través de la experimentación, la búsqueda de experiencias vitales y la ampliación de sus relaciones sociales, y todo esto sin que se les pongan demasiadas restricciones.

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Es evidente que las condiciones
y contextos en los que se da
la participación son extremadamente
variados y cambiantes –como
también lo es la juventud gitana– y
no se pueden dar soluciones
uniformes.
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Entre los factores socio-culturales que inciden en la participación podemos entonces señalar, en primer lugar, la pautación cultural de la edad que conlleva que, en muchos casos, dada la responsabilidad con la que se les dota y la autonomía de la que disfrutan, quienes deciden en cuanto a su participación (por ejemplo, en la escolarización, formación, asistencia a actividades juveniles,…) son los propios jóvenes, especialmente en el caso de los chicos, y no sus padres, ya que éstos asumen su derecho y capacidad para decidir. Esto tiene dos implicaciones, o bien se convence al joven para que participe o se establece una comunicación con los padres para que éstos se impliquen y vean la necesidad de la participación de sus hijos o hijas e influyan en ellos.

La comunicación con la familia es especialmente importante para las jóvenes, ya que no sólo ellas tienen que estar convencidas de su participación, la utilidad y seguridad en ella, sino también su entorno, lo que tendrá una repercusión clara en su asistencia a espacios de participación donde tengan que relacionarse con chicos.

Por otra parte, en la franja de edad que define la juventud en las políticas públicas (entre 16 y 29 años) muchos jóvenes gitanos (según sus criterios socio-culturales) ya son adultos y otros planean serlo. En el área de estudio[3], muchos ya se han incorporado al mercado del trabajo y una tercera parte de las mozas gitanas ya son adultas jóvenes a los dieciséis años. Los intereses, necesidades y posibilidades de estos jóvenes padres y madres, con todas las responsabilidades que serlo implica, y también de jóvenes que pronto serán adultos, tiene como resultado que, para ellos, la participación se dé en otros términos. No obstante, las políticas de juventud ignoran estas cuestiones siguiendo una uniformidad de criterios y diseños de planes e intervenciones establecidos al margen de la realidad, pensados para un patrón homogéneo que no contempla la diversidad socio-cultural de la población en su conjunto. De hecho, no se ha encontrado ninguna referencia a esto en el Pla Nacional de Joventut, de la Secretaria General de Joventut de la Generalitat del año 2001, ni en el Plan de acción global en materia de juventud, 2000/2003, de la Comisión Interministerial para la Juventud y la Infancia.

En segundo lugar, es necesario resaltar que diferentes pueblos tienen maneras distintas de incluir a sus miembros, otorgándoles un lugar dentro de su estructura socio-cultural, en la que se espera que se vean reconocidos, que tengan cierto grado de autonomía, capacidad de intervención y de decisión, de acuerdo siempre con su posición relativa dentro de la misma, lo que supone una forma culturalmente propia de participación. En este sentido, como ya señalamos, los jóvenes gitanos tienen una participación muy elevada en actividades relacionadas con su contexto familiar y en otros espacios de participación en los que se reconocen, como puede ser el culto.

Este hecho nos lleva a considerar los criterios de autoridad gitanos, que priorizan a los hombres sobre las mujeres y a los mayores sobre los menores, y que hacen que la participación de mujeres delante de hombres y de jóvenes delante de mayores sea más difícil. En el ámbito asociativo esto lleva, a menudo, a la falta de poder de decisión y de autonomía de los jóvenes y a que sus capacidades no sean aprovechadas, algo que es aún más evidente en el caso de las mujeres. Esto es percibido y señalado como importante por los propios jóvenes a la hora de participar y de decidir en qué espacios hacerlo.

En tercer lugar, la manera de conceptualizar, usar y negociar el espacio es un factor socio-cultural importante que incide directamente en la participación de los jóvenes gitanos. Este manejo del espacio se da de acuerdo con la territorialidad históricamente construida en relación con la sociedad mayoritaria y sus recursos, con otros patrigrupos gitanos, con las actuales relaciones interétnicas (incluyendo los inmigrantes) e intra-étnicas (por la heterogeneidad interna) y con varios factores socio-culturales que señalaremos a continuación. Así, se reconoce una variedad colectiva interna por referencia al patrigrupo y a la procedencia familiar que construye categorías de inclusión y de exclusión para con otros grupos, cada uno con sus propios criterios de lo que implica ser gitano (a nivel de Barcelona, por ejemplo, gitanos catalanes, andaluces, castellanos, cafeletes, extremeños). 

‘Y en las bodas, no hay boda mejor que dentro del mismo grupo, así dicen: ‘bailar tranquilos, comer tranquilos, ¡que somos uno!’ que significa que son todos de un mismo grupo. Cuando hay bodas entre, por ejemplo, gitanos cafeletes y gitanos andaluces, catalanes u otros, es que hay mucho miedo a estar mal y se nota. ¿Cómo vamos a hacer las cosas, cómo vamos a negociar? ¡Pues esto de ponerse de acuerdo, no veas! (Joven gitana -en entrevista)

 A la vez, la referencia a los barrios actúa como criterio de categorización social y valoración, por un lado, y de exclusión, por otro.

‘Este año fuimos [con los niños del centro de acogida] a una piscina a Monmelot, es más barata, entonces muchos casales van para allá y resulta que coincidimos con los de San Roque. Llevamos tres años coincidiendo y nos conocemos con los monitores. Estamos allí y una niña viene llorando y dice que no se mete en la piscina y yo pregunto qué ha pasado y dice: ‘que está llena de gitanos’, le digo que ‘¿qué pasa que ella es gitana y la piscina esta llena de gitanos?’, entonces dice ‘pero es que son los de San Roque’. ‘Tú eres de Buen Pastor ¿entonces qué pasa?’. ‘Es la fama que tienen’, contesta. Mi madrina trabaja en otro centro y comentaba que si estuvimos con los niños de San Roque, ¡pues fíjate! que los niños de San Roque llegaron diciendo que ya no iban más a esa piscina ¡porque allí van niños de Buen Pastor, que ellos son muy ladrones y muchas cosas más!. En Barcelona, cada barrio tiene su fama’. (Trabajadora social -en entrevista)

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Las mujeres vivirán la mayor parte
de su socialización y de sus
experiencias vitales entre mujeres y
los hombres entre ellos
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Relacionado con los factores anteriores, une o divide a los gitanos y lo hace aun a través de los grupos familiares y las fronteras entre barrios, el estatus social o socio-económico.

Aún otro elemento es el tipo de relación que se da con gitanos forasteros o desconocidos. Es muy difícil, en cualquier ámbito, que gitanos desconocidos se relacionen sin saber quién es el otro, a qué familia pertenece y cuál ha sido su trayectoria de vida.

‘Cuando llegan al barrio, muchos gitanos ya tienen familia allí y vienen a vivir allí y se adaptan. Pero muchos otros no, vienen de por libre, es a éstos a que más se les teme, son gitanos que son forasteros, que no se conoce su trayectoria, que no se sabe como van a reaccionar. Los gitanos de ahora, lo que a mí me comentan la mayoría de los viejos cuando dicen ‘¡pero tú no sabes como está esto!’, se refieren a esto, a estos gitanos. Yo me acuerdo que mi cuñada, era una niña, tenía catorce años, le rondaba un gitano forastero. ¡Esto fue! ... cogieron la niña, la llevaron a otro bario porque ¡no se sabía quién era!.’ (Trabajadora social y vecina del barrio -en entrevista)

De la misma manera, se intentará evitar el contacto entre personas pertenecientes a familias con las que no existen buenas relaciones o con los contrarios y los espacios donde se pueden dar estos encuentros.

A pesar de lo anterior, hay que observar brevemente que existen, entre los jóvenes, ciertas tendencias de cambio en este sentido con el establecimiento de relaciones sociales a través de los nuevos medios de comunicación como los chats y el correo electrónico.

El manejo del espacio se da, además, en relación a la separación de roles y espacios por género que se define durante la juventud y que incide de manera central en la vida de los jóvenes. En el caso de las mozas, el control social limita su movilidad y el manejo de sus espacios de acción, en tanto que se le reprueba moverse fuera del ámbito donde este control es posible, y esto tanto a nivel geográfico (ir a espacios donde no se la pueda controlar) como social (ir sola). Por esto, programas que contemplen una separación por género, por lo menos inicial, serán más efectivos.

‘Hay casos que se salen de tus posibilidades. En los inicios de programa nos encontramos con que se trabajaba la sexualidad y claro, ¡eran grupos mixtos! y resulta que para el tema se iba a visitar el centro de planificación. ¡Las mujeres no abrieron la boca!, claro, ¡estaban los hombres y se cortaban, así no se puede hacer!’. (Educadora –en entrevista)

 Por los factores citados, el territorio en el que se reconocen los jóvenes gitanos (por sí mismos o a través de sus parientes) difiere del de otros jóvenes. El espacio donde se espera la participación, sin embargo, a menudo no coincidirá con el que se percibe como propio.

‘Cuesta mucho el desconocimiento, salir de lo conocido. Mira que en servicios sociales pasa esto, tu tienes que ir a un curso, si tienes que hacerlo en Barcelona, desde Badalona, es como decir que lo tienes que hacer en el extranjero. Y a lo mejor es una persona que se mueve, que vende en mercados más lejos de allí todavía, pero esto es su territorio. Mi hermana ahora, por ejemplo, está en una empresa de limpieza y no es en un sitio que tiene seguro, le dicen ‘hoy tienes que ir aquí, hoy tienes que ir allá’. Mi padre dice: ‘¿pero por qué tienes que ir a tantos sitios diferentes?’, porque a él le choca. ¡Cuesta!’. (Joven gitana antropóloga –en entrevista)

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En la franja de edad que define la
juventud en las políticas públicas
(entre 16 y 29 años) muchos jóvenes
gitanos (según sus criterios socio-culturales)
ya son adultos y otros planean serlo
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Todos estos aspectos deben considerarse a la hora de establecer ámbitos de participación y son fundamentales para comprender por qué ciertos jóvenes no acuden a ciertos espacios o dejan de hacerlo. Así -y a no ser que haya otros factores que lo modifiquen- a un determinado lugar (centro cívico, espacio de ocio, lugar de formación y de capacitación…) es esperable que asistan principalmente jóvenes de ciertas familias (emparentadas) de una determinada procedencia (catalanes, andaluces, etc.) y estatus social. Y esta asistencia, condicionada por género (por ejemplo, las jóvenes intentarán ir a una discoteca donde no van sus hermanos y primos) y criterios de autoridad (como no contradecir la opinión de los viejos en público,…), será más viable si puede darse en territorios conocidos por el joven[4].

Finalmente, en cuanto a la participación, aparte de los aspectos relacionados con su cultura, otros, no menos importantes, se dan en términos de su identidad étnica[5], entendida como la manera de identificarse y diferenciarse de otros según criterios étnicos. Cualquier pueblo o grupo selecciona -o crea- elementos diferenciadores que se consideran importantes en un momento y contexto en concreto para representar su identidad. En este sentido, la identidad se da en términos de oposición ante quienes se construye históricamente; en el caso de los gitanos, podría decirse que ser gitano es, ante todo, no ser payo.

De acuerdo con esto, la participación en espacios no gitanos o según pautas no tradicionalmente gitanas, a menudo, se percibe como un riesgo de pérdida de la cultura y de la identidad por lo que la oposición del entorno social es frecuente. Mientras se entienda la participación como un riesgo de que los jóvenes sean socializados en valores que no son los suyos, es lógico que la comunidad no muestre interés, o aún rechace consentirlo. Sin embargo, como factor que limita la participación, esta contradicción entre valores parece menos importante que la existencia de prejuicios y estereotipos entre ambas poblaciones y los comportamientos en los que se traducen. Por otra parte, también existe cierta conciencia por parte de los jóvenes gitanos de la necesidad de adaptación a la sociedad mayoritaria para lograr una inclusión social y económica, algo que implica necesariamente el conocimiento de esta y la adaptación a ciertas de sus pautas. Se podría entonces proponer que se dé una aculturación selectiva, es decir, la selección de ciertos elementos culturales de la sociedad mayoritaria mientras se continúan rechazando otros. Aún así, por parte de la comunidad, la posibilidad de cambio cultural es interpretada, muy frecuentemente, en términos de pérdida de identidad, el ser menos gitano. Sin embargo, no es en absoluto lo mismo: al considerar la relación que existe entre la cultura y la identidad de un pueblo se observa que la identidad no se supedita a cualquier tipo de cambio cultural; la cultura puede cambiar mientras la identidad se mantiene. De hecho, que el pueblo gitano siga existiendo es prueba suficiente de ello.

En este sentido, es importante procurar que los cambios deseados se vean como elementos compatibles con la identidad y que formen parte de un proceso socio-organizativo retroalimentado e interno en el que se movilice una conciencia social que no se limite solamente a jóvenes de alta promoción socio-cultural.

También hay que señalar que, de acuerdo con esto, mientras la sociedad mayoritaria persista en representar a los gitanos con los estereotipos existentes y en encasillarlos en función de ellos, está limitando su movilización social por su influencia sobre el propio colectivo y la percepción que se genera dentro de éste de que posibles procesos de cambio implican perder su identidad.
 

La participación como derecho: factores socio-organizativos

Las naciones contemporáneas se caracterizan cada día más por la polémica en torno a la convivencia de diferentes grupos étnicos; ‘según estimaciones recientes, los 184 Estados independientes del mundo contienen más de 600 grupos de lenguas vivas y 5.000 grupos étnicos. Son bien escasos los países cuyos ciudadanos comparten el mismo lenguaje o pertenecen al mismo grupo étnico-nacional. Esta diversidad plantea una serie de cuestiones importantes y potencialmente divisivas. (…) Encontrar respuestas moralmente defendibles y políticamente viables a dichas cuestiones constituye el principal desafío al que se enfrentan las democracias en la actualidad’.[6]

La participación de los jóvenes gitanos como miembros de un pueblo minoritario en España también se enmarca en este contexto. Desde el año 1812 la Constitución otorga a los gitanos los mismos derechos (estrictamente) formales y (exclusivamente) individuales que a todos los ciudadanos del Estado a través de la ciudadanía pero, a pesar de ello, la situación actual sigue sin percibirse como justa. Un ejemplo es la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que denegó la pensión de viudedad a una mujer gitana porque, según los magistrados, la boda gitana no tiene validez a efectos legales[7]. Cabe plantearse entonces dos cuestiones: si los derechos legalmente reconocidos conducen por sí solos a una igualdad de hecho y si a través de los derechos formales individuales, excluyendo los colectivos -por pertenencia étnica-, se garantiza una igualdad real de derechos.

Según ponen de relieve varias investigaciones recientes, ‘una teoría de la justicia omniabarcadora incluiría tanto derechos universales, asignados a los individuos independientemente de su pertenencia de grupo, como determinados derechos diferenciados de grupo, es decir un “estatus especial” para las culturas minoritarias’[8].

Hasta el momento, sin embargo, el compromiso de las administraciones no permite una participación efectiva del pueblo gitano en este sentido y, de hecho, no ha ido más allá de la constitución de órganos consultivos gitanos -en el ámbito estrictamente político- y del subvencionismo como medio de realizar un cambio dirigido. En este sentido, las políticas de acción social contemporáneas se caracterizan por la creación del proyecto exterior al grupo al que va dirigido o, en otras palabras, la falta de participación de la comunidad local en la planificación, la organización y la ejecución de los proyectos que se llevan a cabo para ella.

Antes de planificar cualquier intervención, el primer paso debería ser la concertación con la comunidad local a la que va dirigido y no sólo respecto a cuáles son sus necesidades y sus intereses sino también en qué condiciones estaría dispuesta a participar. La falta de esta concertación lleva a que gran parte de los proyectos no estén adaptados al tipo de población al que van dirigidos.

La participación de los miembros de la comunidad y/o personas reconocidas por la misma es fundamental para la realización de sus propias iniciativas, reconociendo su capacidad y su derecho a cierto poder de decisión a todos los niveles. De acuerdo con esto, la incorporación de personas gitanas como mediadores en la ejecución de los proyectos, siendo indispensable, no es suficiente, ya que se debe además procurar que éstos se vean reconocidos en el área local de trabajo y que conozcan su problemática concreta.

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Existen, entre los jóvenes, ciertas
tendencias de cambio con el
establecimiento de relaciones
sociales a través de los nuevos
medios de comunicación como los
chats y el correo electrónico
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Desde una perspectiva socio-política, hablar de la participación de los jóvenes gitanos es, ante todo, exigir las posibilidades para hacerlo, contemplándola como el derecho y la capacidad real de traducir sus intereses, expectativas y demandas en una actuación individual [participación ciudadana] y también colectiva [participación comunitaria]. Los proyectos dirigidos a los jóvenes gitanos, sin embargo, sólo esperan su participación en términos de asistencia en la ejecución. En estos términos reflexiona un gitano:

 ‘Yo soy gitano, pero yo, mi vida es la que necesito para mis hijos, la prueba es que somos doce hermanos y todos estamos trabajando, mis padres se dedicaron a vender flores toda la vida y tenían sus paradas fijas aquí cerca del ayuntamiento. La idea mía sería que la gente se abriera pero, la gente siempre va diciendo que ‘los gitanos deberían hacer esto del mercadillo’ o esto o aquello, no, ¡los gitanos vamos a pensar lo que queremos!. No nos encasillen en cosas que, ostras, ‘¡tienen que tocar la guitarra!’, pues ¿no puede ser que nos guste más tocar el tambor? y si nos equivocamos, ¡nos equivocamos nosotros!, ¡no nos encasillen, no piensen por nosotros!. Queremos libertad e igualdad, pensar y equivocarnos. O cuando te salen con un proyecto y dicen ‘pero es que el gitano podría preparar esto del flamenco’, ¡no señor!, ¿por qué?. ¿Por qué no puedo preparar otra cosa?. Yo voy a una reunión del Ayuntamiento o de lo que sea y pido que dejen que me equivoque, no me hagan los programas, yo quiero traer mis programas hechos, yo veo como viven en los barrios, como cambian y las cosas que hace el payo y hay cosas que me gustan hacerlas yo mismo, los gitanos’. (Gitano miembro de la asociación gitana del barrio -en entrevista)

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Hablar de la participación de los
jóvenes gitanos es, ante todo, exigir
las posibilidades para hacerlo,
contemplándola como el derecho y la
capacidad real de traducir sus
intereses, expectativas y demandas
en una actuación individual
[participación ciudadana]
y también colectiva
[participación comunitaria]

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A nivel local, se dan aun otros factores. En primer lugar, destaca la frecuente desarticulación entre la variedad existente de entidades y programas, lo que dificulta la optimización de los esfuerzos y recursos. En segundo lugar, se puede citar la falta de información, que hace difícil conseguir la participación de los jóvenes en programas que ellos y/o su entorno desconocen. En tercer lugar, y en relación con lo anterior, la falta de continuidad de los programas y las personas involucradas rompe las relaciones sociales de confianza entre las partes y disminuye la difusión de la información, la comunicación y la operatividad. Y, finalmente, la retroalimentación de la información en cuanto a los programas y sus resultados es mínima y no facilita el aprendizaje continuo a partir de estas experiencias.

Los profesionales que trabajan en ámbitos relacionados con la participación de jóvenes gitanos no disponen de ningún mecanismo, a parte de sus relaciones personales, para difundir sus propuestas, sus experiencias de éxito o fracaso y los hechos que las motivaron. Todos estos factores limitan la eficacia a largo plazo de los programas y condiciona la posibilidad de un cambio dirigido.
 

Consideraciones finales: participación y cambio socio-cultural

Hemos señalado en el texto varias pautas culturales, la construcción de la identidad y ciertos factores socio-organizativos como elementos que inciden en la participación de los jóvenes gitanos en el ámbito de la sociedad mayoritaria. No obstante, y a pesar de lo que se podría esperar, vemos, entre otras cuestiones: que son las jóvenes gitanas las que más participan; que muchos de los gitanos que están participando en asociaciones y movimientos de jóvenes ya son padres de familia -es decir, adultos en términos de su cultura-; y que la juventud se alarga: los y las jóvenes se casan más tarde y en muchos casos se retrasa el tiempo entre el matrimonio y el primer hijo. Podría tratarse, por lo menos en parte, de un cambio social y cultural asociado a cierto tipo de aculturación selectiva, que responde tanto a los intereses de los jóvenes como a sus posibilidades reales. En este sentido, es necesario reflexionar sobre la importancia del contexto actual en el que se da la participación.

Primero, por las consecuencias de cómo la sociedad mayoritaria entiende la inclusión social y política de los jóvenes gitanos en cuanto a la propia implantación de los programas -de lo que dependerá parte de su éxito o fracaso y, como consecuencia, la formación y capacitación de las personas a las que se dirigen. Pero también será importante por el grado de participación real permitido al pueblo gitano y sus jóvenes por lo que es necesario replantear si existe una contradicción entre la falta de posibilidades de participación comunitaria de los gitanos como pueblo y la esperada participación social individual de sus jóvenes.

Segundo, igual de importante será la voluntad o falta de ella por parte de los mismos jóvenes de participar, sus posibilidades para hacerlo y su capacidad de superar obstáculos existentes ya que la reivindicación y el posible ejercicio de sus derechos dependerán, en buena medida, de la capacidad de las entidades gitanas de tomar la iniciativa en la búsqueda de recursos que les permitan minimizar su dependencia de la administración, a la vez que fomenten su capacidad propositiva, unificando conceptos (qué tipo de minoría son, qué cultura tienen,…) y propuestas (exactamente qué derechos quieren y cómo quieren lograrlos,…) y trabajando en la construcción de su representatividad respecto al pueblo gitano y en relación con el Estado. En este momento, el problema de la fragmentación y de la segmentación interna y cierto empeño en la especificidad de sus problemas sociales, culturales y políticos llegan a impedir una organización étnica y política eficaz.

Así, la forma y el nivel de participación incidirá en el grado de autonomía que el pueblo gitano puede lograr para orientar su propio cambio socio-cultural, es decir, en las posibilidades de que este cambio se dé (por lo menos en ciertos ámbitos) de acuerdo con sus propios intereses: un derecho de cualquier persona o pueblo.  


[1] Este artículo se basa principalmente en datos recogidos en Barcelona y su área metropolitana, se inició con ayuda de la Fundación Jaime Bofill y fue discutido en el Seminario Permanente de Estudios Gitanos perteneciente al Grup de Recerca d’Antropologia Fonamental i Orientada (GRAFO) de la Universidad Autónoma de Barcelona. Agradezco todas las colaboraciones y la ayuda especial de Lucía Sanjuán.

[2] San Román entiende las categorías de edad como la construcción social de segmentos, pautadas culturalmente en sus posiciones y roles, variables de una sociedad a otra y siempre cambiantes en una misma sociedad a través del tiempo y en función del contexto. Véase San Román, T. (1990) Vejez y Cultura, Barcelona, Fundació Caixa de Pensions

[3] Según los datos del estudio sociológico de Garriga, a los 16 años, una tercera parte (un 38.8%) de las jóvenes gitanas ya están casadas. A los veinte años ésta es la gran mayoría (un 83.8%) y a los veintitrés, casi la totalidad (95.3%) de la muestra. Entre los chicos, a los 16 años, sólo una pequeña parte ha entrado al matrimonio (un 13.9%), una cifra notablemente menor que entre las chicas. A los veinte años están casados la mitad (55.6%) y a los veintitrés, un 78.9%. Sólo un 3% se casa por encima de los treinta años (un 2% de hombres y un 1% de las mujeres del muestreo). (Garriga, C. (2000) Els Gitanos de Barcelona, Area de Servicios Socials, Barcelona, Diputació de Barcelona)

[4] La participación a título individual de ciertos jóvenes en espacios de la sociedad mayoritaria (por ejemplo, en la universidad, en asociaciones no gitanas, ONG’s,…) será distinta ya que no se da según los mismos criterios por la ausencia de estas relaciones sociales

[5] Sigo en este apartado especialmente a San Román, T. (1996) Los muros de la separación. Barcelona, Tecnos-UAB

[6] Kimlycka, W. (1996) Ciudadanía Multicultural, Barcelona, Paidos, p. 13

[7] Véase la revista I Tchatchipen del mes de marzo del año 2000

[8] Kimlycka, W. (1995) The Rights of Minority Cultures, New York, Oxford University Press, p. 19

 

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Número 24  - Abril 2004. Revista Bimestral de la Fundación Secretariado General Gitano