REVPROVPQ.GIF (3898 bytes) Número 16   - Octubre 2002 - Revista Bimestral de la Fundación Secretariado General Gitano
 

A FONDO

Mº TERESA TAPADA BERTELI

 


Antropología, vivienda y realojamiento urbano: la necesidad de diseños arquitectónicos más flexibles y adaptados


 

María Teresa Tapada Berteli, es profesora de antropología social en el Departamento de Antropología Social y Prehistoria de la Universidad Autónoma de Barcelona y Diplomada en temas de Vivienda por el Institute for Housing Studies de Rotterdam (Holanda). Su tesis doctoral en la UAB versó asimismo sobre el tema de la Antropología del espacio construido. En unas interesantes jornadas celebradas el pasado año en Barcelona (Re-viure els barris. Jornades sobre la remodelació de barris degradats), presentó una ponencia titulada Sobre el uso cultural del espacio.

Tenemos pues, de nuevo, la satisfacción de contar con la colaboración de una prestigiosa especialista que nos ayuda a contextualizar algunos aspectos del tema central de este número, la Vivienda, como son los relacionados con los realojos y la necesidad de flexibilidad y adaptación de estos procesos en función de sus destinatarios.

Una de las más interesantes contribuciones de la antropología del espacio construido como disciplina específica de las ciencias sociales, es la constatación de la extraordinaria variedad de formas de vivir el espacio. La antropología del espacio ha intentado ir más allá de la descripción para adentrarse en el análisis de las variables que intervienen en la relación de un grupo cultural determinado y su entorno inmediato. La forma particular que tiene el ser humano de vivir el espacio y de construir en el espacio permite que el grupo mantenga su identidad y exprese los rasgos que lo hace distinguible de sus vecinos, es decir, del “otro”.

La antropología en el campo concreto del uso cultural del espacio nos dice que la forma de vivir el espacio y de construir en el espacio cumple una función esencial en el proceso de socialización, ya que permite recordar las normas de comportamiento acordado culturalmente a partir de la asociación del comportamiento normativo con el espacio físico. Las pautas de conducta cotidiana apoyan esa labor de memorización de esos parámetros que permiten recordar aspectos de la historia(s) cotidiana, remota o simbólica del grupo. El espacio construido es, en definitiva, un poderoso recurso mnemotécnico, un mecanismo que permite que la gente recuerde y fije la información normativa colectiva facilitando la reproducción de la misma en la vida diaria (Rapoport, 1978; Amerlinck & Bontempo, 1994:89).

Una de las primeras consideraciones que hemos de tener en cuenta en el análisis del uso del espacio es la diferencia entre la organización espacial y el propio entorno construido. Hacerlo, nos permitirá entender que existan grupos humanos, como son las comunidades nómadas o semi-nómadas, que han desarrollado una rica organización espacial a pesar de carecer de construcciones o edificaciones permanentes en las que se hayan materializado estas normas de organización en el espacio. Este tipo de arquitectura tradicional no monumental, ha sido considerada como menor en la historia de la arquitectura por su carácter efímero, aunque en realidad hayan sido éstas quienes hayan desplegado formas más imaginativas y diversas de construir en el espacio sin depender de una edificación de tipo permanente (Prussin, L.: 1989).

Organización espacial y entorno construido forman parte de un todo, aunque son en esencia diferentes. Mientras la organización espacial es básicamente un contenido mental que forma parte del campo del pensamiento y de la acción humanas, el entorno construido es el espacio tangible, mesurable, de lo edificado.

Tal y como afirma el antropólogo y arquitecto Amos Rapoport, más allá del producto arquitectónico concreto se encuentran las pautas mentales de organización espacial que dan coherencia y significado a estos elementos constructivos (Rapaport, A.:1994). Según Rapoport, y tomando por caso la construcción tradicional, una tipología edificatoria concreta reproduce y materializa una determinada forma de organización cultural específica de ese grupo. Esta información forma parte del paquete cultural que lo hace identificable y distinguible del resto; forma parte de su identidad como grupo.

 

Diversidad en el uso cultural del espacio y las intervenciones de remodelación de barrios

Como cualquier tipo de información cultural, el uso del espacio es intangible hasta que se materializa en el uso específico de un elemento constructivo determinado (construir una casa, cruzar una puerta, saltar un muro, recorrer un camino, ordenar las piezas de mobiliario en una habitación, nombrar un lugar…). Es habitual desarrollar usos del espacio no racionalizados y efímeros en los que se reproduce una determinada forma de entender el espacio. Organización espacial y entorno construido se confunden en el desarrollo de acciones sociales concretas y recurrentes. Poniendo por caso, el ir a comprar el pan por la mañana, repitiendo un mismo recorrido al hacerlo, o reproducir un determinado orden en la mesa, son dos actividades en las que se confunden la organización espacial y el uso particular del entorno construido. Se trata de actividades efímeras que se desarrollan en un entorno construido concreto.
El argumento que intentamos desarrollar en estas líneas es que los usos del espacio son diversos culturalmente y esos contenidos culturales han de ser tenidos en cuenta en cualquier intervención urbanística que pretenda alcanzar la satisfacción residencial de los futuros residentes, como ocurre en los realojamientos urbanos. Este hecho se hace especialmente evidente en los casos de realojamiento de población que afectan a familias de etnia gitana.
El cambio radical de entorno construido que implica un realojamiento urbano, supone una adaptación de organización espacial (recordemos que con este término nos referimos a la orden mental del espacio), que requiere de un tratamiento mucho más específico. Es habitual observar en casos de realojamiento, cómo frente a las expectativas creadas por el cambio a una vivienda nueva, con la idea implícita de “vivienda nueva, vida nueva”, sobreviene un periodo de desajuste que puede incluso llegar a la de-satisfacción con el nuevo entorno. Este desajuste se materializa en aspectos cotidianos, que pueden dificultar gravemente las relaciones familiares y vecinales de la comunidad. Intervenir en un tejido residencial determinado, implica intervenir en las relaciones sociales que se establecen en el marco espacial del nuevo edificio. Cambiar de entorno construido implica cambiar una determinada organización espacio-temporal y eso requiere de tiempo.
 

 

 

 

Cómo leer e interpretar el espacio antes (y después) de la intervención
 

El diseño de una intervención implica unos supuestos de comportamiento u organización espacial del grupo al que va destinado el proyecto. Que esos supuestos respondan o no a la realidad y que el comportamiento esperado que implica el proyecto sea finalmente el que la comunidad adopte, es una incógnita que sólo se desvela tras el traslado.
Una de las cuestiones que planteamos es que antes de diseñar sobre supuestos de comportamiento espacial, se hace imprescindible una toma de contacto y observación de la comunidad en el entorno de origen. Conocer qué les satisface de su barrio, qué detestan, qué echan de menos cuando salen de allí, con quién se relacionan, qué recorridos realizan para ir a trabajar, qué necesidades precisas tienen para desarrollar sus actividades, dónde van sus hijos a jugar, dónde no lo tienen permitido. En definitiva, conocer las prácticas de comportamiento espacial aprendido y reproducido en el desarrollo cotidiano de sus relaciones sociales, permitirá controlar el choque brutal que implica la fase de post realojamiento.
Para algunos investigadores, como el ya mencionando A. Rapoport, en los estudios previos a los diseños de remodelación o intervención arquitectónica es necesario comprender el “comportamiento espacial” cotidiano, repetido y latente. Para ello considera imprescindible observar tres aspectos.
En primer lugar, analizar los esquemas cognitivos más relevantes. Es decir, los rasgos de comportamiento en el espacio representados en el uso reiterado y diario, los caminos que realizamos para ir a la parada de metro que no siempre son los más cortos sino los que más satisfacen al individuo por razones subjetivas, no explícitas, latentes; la “idea mental” que tenemos sobre un determinado edificio del que desconocemos y reiteradamente “olvidamos” algunas plantas o secciones.
Segundo, no es suficiente analizar únicamente las manifestaciones físicas de la organización espacial y, por lo tanto, es importante también considerar la relación entre las expresiones físicas-arquitectónicas, sociales y simbólicas. Rapoport añade que las incongruencias en el diseño arquitectónico son muy habituales y considera que la razón está en el grave error que supone ignorar el comportamiento cultural.
A pesar de que supongamos lo contrario, un edificio no es sólo un edificio, sino la idea mental que tenemos sobre el mismo. El significado y el contenido simbólico que le otorgamos y que además compartimos con otros individuos, aunque ese significado no se desvele explícitamente. La arquitectura de estilo ha manejado estos códigos de significado simbólico apropiándose en ocasiones del significado global del edificio y suponiendo que ese significado es compartido por todos los estamentos sociales de la misma manera. Supuesto totalmente falso; como sabemos, quienes vivimos en un espacio, construimos, damos significado, uso o desuso a ese producto arquitectónico. El diseñador o arquitecto propone, el grupo dispone.
Y tercero, analizar la organización espacial sin tener en cuenta la organización del tiempo, el significado y la comunicación. El paso del tiempo cambia los usos y los significados de los barrios y de los edificios, por lo que una imagen creada de un barrio puede que no tenga sentido unos años después. Es preciso la actualización de la información que tenemos de un barrio en términos de usos del espacio (Rapoport, 1994: 496).
Cualquier ambiente que exprese organización espacial implica relaciones con / entre gente, y los componentes inanimados del entorno con el soporte físico de asentamientos y edificios. Hay autores como Hillier y Hanson (1984) que han considerado fundamental el análisis y uso del espacio, a pesar de que denuncien la falta de conocimiento respecto a los mecanismos que dirigen las relaciones entre la organización social y el comportamiento social [1]. No hay duda de que esta afirmación es generalizable y que esta falta de conocimientos ha supuesto un obstáculo para la investigación hacia un diseño arquitectónico adecuado a cada contexto cultural específico. Dichos autores, consideran que el fracaso del análisis se ha basado en enfocarlo erróneamente en el mero aspecto visual-físico de la arquitectura, utilizando variables fácilmente cuantificables (altura, m2..), sin llegar a analizar los mecanismos que dirigen el uso de estas formas, sin considerar lo no tangible, la organización que permite dar “vida” a lo construido.
Es evidente que se hace imprescindible la búsqueda de un enfoque integral del hecho espacial, una nueva perspectiva que incluya tanto las características físicas como el uso del espacio, incluyendo las normas y valores que implica ese uso y que nos permita entender las intensas relaciones entre ser humano y espacio.
Para llegar a este objetivo es necesario analizar no sólo las formas sino las actividades que allí se desarrollan, ya sea de forma explícita o latente; saber quién hace qué, dónde, cuándo, incluyendo o excluyendo a quién y por qué razones, ya sea de forma explícita o implícitamente. Se necesita conocer los valores de la gente, su visión del mundo, los significados y símbolos que usa, sus imágenes ideales y las reglas empleadas para elegir las opciones que traducen esas imágenes en formas físicas. Es necesario también saber cuál es la respuesta afectiva de la gente ante los entornos, cómo los perciben y cómo los transforman en el tiempo. A través del conocimiento será posible prevenir rechazos o conflictos basados en competencias por el espacio.
Sólo con el contacto directo con la comunidad se conseguirá levantar los mapas mentales de los usuarios del espacio que se va a transformar y, así, acercarse a supuestos de comportamientos más realistas.
En definitiva, se hace imprescindible una teoría integral e interdisciplinaria del uso del espacio construido.
 

“Los usos del espacio son diversos culturalmente y esos contenidos culturales han de ser tenidos en cuenta en cualquier intervención urbanística que pretenda alcanzar la satisfacción residencial de los futuros residentes, como ocurre en los realojamientos urbanos.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


“Es necesario saber cuál es la respuesta afectiva de la gente ante los entornos, cómo los perciben y cómo los transforman en el tiempo. A través del conocimiento será posible prevenir rechazos o conflictos basados en competencias por el espacio”.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



“Una de las primeras reflexiones en el tema del realojamiento y sus implicaciones en el caso de afectar a familias gitanas, fue realizado por el arquitecto Juan Montes Mieza, quien ya insistía en la imposibilidad de construir con estereotipos de comportamiento previsto y llamaba la atención sobre la responsabilidad de las instituciones públicas encargadas de construir vivienda digna para colectivos desfavorecidos.”

 

 

 

 

 

 

 

 

“Sólo haciendo seguimientos precisos de los casos y comunicando cada uno de los aciertos y fracasos seremos capaces de diseñar para mejorar la calidad de vida de la comunidad gitana pensando en sus necesidades reales”

 

Hacia la prevención de efectos negativos en las intervenciones urbanas. Los casos de realojamiento urbano

Entre los variados tipos de intervenciones en proyectos de remodelación urbana, los realojamientos son donde se evidencia de forma más clara el cambio de un entorno conocido, con una organización espacial madura, a un espacio construido nuevo (y una organización espacial inexistente). Incluso en aquellos casos en los que el traslado es de vivienda pero no implica cambio de barrio, existe un desplazamiento y una adaptación a una nueva forma de organizar el espacio doméstico, peri-doméstico (escaleras comunes, portería) como público. En principio, un realojamiento implica una posibilidad de mejora en la calidad de vida y residencial de la población afectada. La experiencia demuestra que las reacciones al cambio son a menudo menos positivas de lo que cabría esperar o incluso negativas [2], produciéndose una situación que los psicólogos ambientales denominan estrés residencial [ 3 ].
Las razones que considero relevantes de esa situación habitual de fracaso, se centrarían en dos aspectos. En primer lugar, la carencia de estudios sociales previos al proceso de traslado, fundamentales para establecer los parámetros arquitectónicos más adecuados a las comunidades o colectivos afectados por el desplazamiento.
La diversidad en las formas de construcción depende principalmente de características socioculturales, que deberían de ser consideradas en la etapa de diseño de las nuevas construcciones. Variables como son la privacidad, la tolerancia a los ruidos, la territorialidad... han de ser consideradas previamente a fin de establecer las preferencias residenciales de los afectados. Sólo así consideramos que se mitigarán posibles desajustes que impliquen cambios en las nuevas viviendas, desde la típica eliminación de tabiques, hasta los conflictos derivados de la destrucción de las antiguas redes vecinales interrumpidas por la reubicación, muchas veces realizadas por sorteos.
En segundo lugar, el uso de estándares constructivos inadecuados a la población que ocupará las nuevas viviendas, así como la consideración de las observaciones a partir de conceptos que implican supuestos de uso no adaptados a las características sociales del colectivo de afectados. En el primer caso, suponer que una familia gitana va a utilizar el espacio público de igual manera de una paya o que las preferencias de la primera sobre el uso de la cocina, comedor o habitaciones van a ser idénticas a las de otra familia no gitana induce claramente al error. A falta de conceptos que no impliquen supuestos de usos estandarizados del espacio construido, hemos de construir conceptos menos restrictivos y más respetuosos con las características culturales de las comunidades afectadas por el realojamiento.

Sobre el realojamiento de población de etnia gitana
Uno de las primeras reflexiones en el tema del realojamiento y sus implicaciones en el caso de afectar a familias gitanas fue realizado por el arquitecto Juan Montes Mieza [ 4 ], quien ya insistía en la imposibilidad de construir con estereotipos de comportamiento previsto y llamaba la atención sobre la responsabilidad de las instituciones públicas encargadas de construir vivienda digna para colectivos desfavorecidos como es el caso de comunidades de etnia gitana. Nos decía:
“Con este referente de fondo es imprescindible que la Administración pública tome la decisión política de acometer el problema en su totalidad, mediante la elaboración de un programa a largo plazo para el desarrollo gitano y, en consecuencia, para su realojamiento, con el convencimiento de que no hay una solución única. Los gitanos, si bien son detentadores de una cultura propia que les define, presentan condiciones diferenciables a nivel educativo, económico o de adaptación a la sociedad mayoritaria que repercuten en sus niveles de aspiración y condicionan la necesidad de alternativas diversas, de forma que exista una auténtica libertad de opción.” (p. 161).
Montes se refería a la opción de escoger entre diversos modelos de tipología edificatoria (piso, casa baja) así como decidir libremente entre diversos tipos de tenencia de la vivienda (alquiler, propiedad, otros). El mercado de la vivienda y los altos precios de la construcción o compra de vivienda de segunda mano limita notablemente estas posibilidades de elección a la institución o profesionales encargados de la consecución del proceso de realojamiento. Este imperativo afecta también a todos los ciudadanos que deseen acceder al mercado de la vivienda aunque perjudica de forma implacable a aquellos colectivos sin recursos económicos. Del convencimiento, que compartimos con el arquitecto Montes, de que no hay una solución única en el tipo de vivienda adecuado destinado a familias gitanas reclamando una flexibilidad en la oferta, nos topamos con las limitaciones que la realidad impone. A pesar de las dificultades debemos reclamar la flexibilidad y el diálogo posible.
Esta necesidad de variabilidad y opcionalidad en tipologías y régimen de propiedad también debe aplicarse a diversos modelos de distribución y tamaño de las unidades de las viviendas. Las nuevas viviendas construidas en el proceso de traslado o las viviendas antiguas remodeladas para ese fin tienen unos metros cuadrados fijos, con una distribución también concreta y una orientación determinada. Ninguno de estos valores del espacio construido pueden ser fácilmente modificados ya que se trata de una oferta constructiva rígida. En los casos de construcción de vivienda nueva esa necesidad de verificación de las necesidades reales, no de las supuestas en estereotipos no contrastados, se hace mucho más viable. En los nuevos espacios ha de amoldarse una determinada organización social desarrollada en la antigua vivienda y que intentará reproducirse de una u otra forma en el nuevo espacio. Cuantas más posibilidades de adaptación existan mayores posibilidades de adaptabilidad a la nueva vivienda existirán.
Montes avanza algunas recomendaciones dirigidas a sus colegas arquitectos y diseñadores:
“En el diseño de las viviendas hay que conjugar la satisfacción de las necesidades de las familias gitanas y los porcentajes de categorías familiares según el número de miembros, con los programas superficiales de las viviendas de Protección Oficial (...):
-Es más importante proyectar espacios amplios frente a la compartimentación excesiva (...).” (Montes, 1986: p.167)
Hemos de tener en cuenta que el desajuste entre organización espacial y espacio construido tras la ocupación de la nueva vivienda suele provenir de la adaptación de muebles al nuevo espacio con la carga emocional que tienen estos objetos, la necesidad de espacios multifuncionales en el interior de la vivienda como en el espacio abierto. Espacios flexibles que permitan cierta adaptabilidad a los cambios del ciclo vital de la familia gitana extensa.
En Madrid, instituciones de reconocido prestigio como el IRIS (Instituto de Realojamiento e Integración Social) con una dilatada trayectoria de experiencias de realojamiento desde su dilatada etapa como Consorcio, ha realizado una labor de reconocimiento de la importancia de estos elementos en la aceptación de la nueva vivienda. La trayectoria de estas instituciones es el trabajo diario y el empeño de los profesionales que, sensibles a la complejidad de cada caso, han contribuido en la mejora de una situación de desventaja social objetiva por el derecho a una vivienda digna de la población de etnia gitana. En Barcelona, mucho más huérfanos en ayudas públicas al realojamiento, instituciones como Vincle o equipos de trabajo como el Equipo de Acompañamiento al Realojamiento de Sant Cosme en el Prat de Llobregat realizan una labor constante, hermosa y dura de seguimiento de estos complejos proyectos de realojamiento. La diversidad de la realidad social de nuestras ciudades y barrios requieren de este esfuerzo y de todo el apoyo técnico y económico que se les pueda ofrecer.
Cada realidad de barrio concreta, cada caso concreto de realojamiento que afecte a familias gitanas y payas implica características diversas que intervienen en procesos también diversos. Sólo haciendo seguimientos precisos de los casos y comunicando cada uno de los aciertos y fracasos seremos capaces de diseñar para mejorar la calidad de vida de la comunidad gitana pensando en sus necesidades reales. El objetivo es cumplir con una necesidad básica del ser humano: poder acceder a una vivienda digna que nos dé cobijo y protección.
 

Bibliografía

AMERIGO M. (1995) Satisfacción Residencial. Un Análisis Psicológico de la Vivienda y su Entorno. Madrid, Alianza Universidad.    

AMERLINK, MJ & BONTEMPO JF. (1994) Por una antropología del espacio construido. México, Guadalajara: Ediciones de la Casa Chata.

HALL ET. (1993 [1966]) La Dimensión Oculta. Madrid: Siglo Veintiuno Editores.

HANSEN A, OLIVER-SMITH A. (1982) Involuntary Migration and Resettlement. The Problems and Responses of Dislocated People. Colorado, Westview Press/Boulder.

HILLIER B, HANSON J. (1984) The Social Logic of Space. Cambridge: Cambridge University Press.

INGOLD,T.(ed) Compainion Encyclopedia of Anthropology Humanity, Culture and Social Life. UK: Routledge

LAWRENCE DL, LOW SM. (1990) The Built Environment and Spatial Form. Annual Review of Anthropology, 19: 453-505.

LOW SM., CHAMBERS E., eds. (1989) Housing, Culture, and Design. A Comparative Perspective. Pennsylvania: University of Pennsylvania Press.        

MONTES MIEZA, Juan (1986) “Sobre el realojamiento de los gitanos” en SAN ROMAN, Teresa (1986)    

PRUSIN L. (1989) The architecture of Nomadism: Gabra Place Making Culture. En: LOW SM, CHAMBERS E., eds. (1989).

RAPAPORT A. (1978) Aspectos Humanos de la Forma Urbana. Hacia una confrontación de las Ciencias Sociales con el Diseño de la Forma urbana. Madrid: Colección Arquitectura/ Perspectivas. Gustavo Gili.

RAPAPORT A. (1990) Systems of Activities and Systems of Settings Amos Rapoport. En: KENT S., eds. (1990).    

RAPAPORT, A. (1994) Spatial Organization and the built environment en INGOLD,Tim (Ed)

SANGRADOR JL. (1991) El Medio Físico Construido y la interacción Social. En: JIMENEZ B, et al. (1991) Introducción a la Psicologia Ambiental. Madrid, Alianza Editorial.

SAN ROMAN, Teresa (1986) Entre la marginación y el racismo. Reflexiones sobre la vida de los gitanos. Madrid: Alianza Universidad.

SCUDDER T, COLSON E. (1982) From Welfare to Development: A Conceptual Framework for the Analysis of Dislocated People. En: HANSEN A, OLIVER-SMITH A., eds. (1989).

TAPADA, M.T (1999) Una aproximación a la antropología del espacio construido. Tesis Doctoral. Universidad Autónoma de Barcelona (no publicada).

 

NOTAS:

[1] “Por mucho que prefiramos hablar de la arquitectura en términos de estilos visuales, sus efectos prácticos, de mucho más alcance, no están en el nivel del aspecto o de la apariencia, sino en el nivel del espacio. Dando forma a nuestro mundo material, la arquitectura estructura el sistema espacial en el que vivimos y nos movemos. En esta medida, tiene una relación directa –más que simbólica- con la vida social, puesto que proporciona las precondiciones materiales para los modelos de movimiento, encuentro/desencuentro, que son la realización material –también a veces el generador- o las relaciones sociales. En este sentido, la arquitectura  impregna nuestra experiencia diaria mucho más de lo que una simple preocupación por sus propiedades visuales podría sugerir”. (…) (Hillier & Hanson, 1984: ix)

[ 2 ] En los últimos años, el falso supuesto de que el éxito o fracaso de un desplazamiento dependen del azar, se cuestiona abiertamente basándose principalmente en la larga lista de resultados negativos de este tipo de operaciones, frente algunos “éxitos” de casos en los que se han hecho seguimientos constantes. A pesar de que los realojamientos urbanos impliquen habitualmente cifras de afectados inferiores a las de flujos de población desplazados por guerras o desastres naturales, esta impresión puede ser errónea. En el 1991 UNCHS (Habitat) publica un informe en el que se comparan datos entre los diversos casos de realojamientos ilustrados, en los que se pueden encontrar cifras que oscilan desde las 700.000 unidades domésticas afectadas por un desplazamiento en Hong Kong en 1954, a las 10.850 unidades domésticas del realojamiento del Programa Emergente 2 (El Caserlo) en 1986 en México DF. Hay que decir que la falta de datos impide muchas veces cuantificar el volumen real de afectados, manejándose cifras aproximadas o en ocasiones no consiguiendo cifra alguna de hogares desplazados (UNCHS: 1991,21).

[ 3 ] Los psicólogos ambientales utilizan el término estrés ambiental o residencial cuando desean expresar los efectos negativos sobre los afectados por cambios ambientales o residenciales, y especialmente cuando se refieren directamente al cambio de vivienda. La psicología ambiental ha reconocido la influencia que tienen los factores físicos ambientales (factores atmosféricos, frío, calor, iluminación, ruidos...); los factores sociales (aislamiento social, conflicto de poder, conflictos familiares...); así como los factores vinculados al ambiente construido (diseño arquitectónico) sobre el comportamiento. El efecto sobre el ser humano de todos estos factores se percibe en los niveles de estrés ambiental o residencial que padece el individuo y que repercute en estados de ansiedad, depresión, agresión, conflicto vecinal, apatía etc. (Sangrador, 1991) (Amérigo, 1995).
La aplicación de esta cuestión a los casos de realojamiento la realiza Scudder & Colson (1982) que introduce el concepto estrés multidimensional de realojamiento en un intento de desarrollar una línea
de análisis más completa y rigurosa incluyendo componentes fisiológicos, psicológicos y socioculturales que intervienen en el proceso. La situación de cambio se ve agravada cuando las poblaciones afectadas tienen un nivel de renta bajo y una capacidad de negociación muy limitada, cosa que ocurre en la mayor parte de los casos.

[ 4 ] Juan Montes Mieza (1986). "Sobre el realojamiento de los gitanos".

 

REVPROVPQ.GIF (3898 bytes) Número 16   - Octubre 2002 - Revista Bimestral de la Fundación Secretariado General Gitano