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Jaume Funes Artiaga, psicólogo, periodista, profesor universitario,
viene trabajando desde hace años en distintos aspectos relacionados
con la educación, la protección de menores, los conflictos sociales,
la salud y prevención de drogodependencias (como asesor también
de la ASGG en varios programas), y un sin fin de temas relacionados
con las dificultades que atraviesan muchos adolescentes y jóvenes,
sobre los que ha escrito multitud de páginas en numerosos libros
y artículos.
Nuevamente tenemos la satisfacción de contar en esta sección de
A FONDO con la colaboración de un destacado especialista en el tema
central de la revista, en esta ocasión la Juventud, que nos ofrece
una visión del contexto más general en el que también se encuentran
-con sus especificidades, como hemos podido ver en otras secciones
de este número- los jóvenes gitanos y gitanas.
Hay tres principios básicos que no deben olvidarse nunca antes
de ponerse a hablar de los chicos y chicas jóvenes:
1) son la parte más cambiante de una sociedad que cambia, por lo
que con facilidad lo que decimos hoy puede que no sirva mañana;
2) están definidos por multiplicidad de diversidades, por lo que
pocas cosas son comunes a todas y todos, o al menos no lo son de
la misma manera;
3) la desigualdad sigue profundamente presente, por lo que sigue
siendo inútil intentar reducir sus formas de ser a la pura condición
juvenil. (También podríamos añadir que ellos y ellas son según la
persona adulta que los mire y con la pretensión con que se los mire).
La juventud es una construcción social
Jóvenes siempre ha habido, están en todas las culturas y en
todas las realidades sociales. "Juventud", sin embargo,
no. La juventud, como larga etapa de la vida en la que uno o una
se dedica a sentirse joven y ejercer de joven, es una construcción
social. No es algo necesario ni espontáneo. Para que se dé juventud
han de darse dos tipos de factores. Por un lado unas determinadas
condiciones sociales; por otro, una construcción cultural, generada
por las personas adultas y por los propios jóvenes. Es decir, sólo
cuando se dan aspectos como las crisis y los cambios tecnológicos
que no precisan la rápida incorporación de las personas al mercado
laboral, cuando se produce un nivel de desarrollo básico que garantiza
niveles suficientemente amplios de acceso a los bienes de consumo,
es posible hablar de juventud. Así, por ejemplo, no hay adolescencia
sin posibilidades de alargamiento de la escolarización más allá
de la infancia. Cuando alguien que está saliendo de la niñez debe
dedicar sus esfuerzos a sobrevivir, difícilmente podemos decir que
se dedica a ser joven. Pero, también ha de darse el elemento cultural.
Es decir, unas formas de ser vividos, leídos e interpretados por
las personas adultas con las que conviven y, lo que es más importante,
un conjunto de prácticas culturales, de generación de formas propias
de entender y sentir la vida. Se sienten formando parte de una realidad
amplia que consideran juventud y producen formas diversas de serlo.
Entre los cambios socioeconómicos que se han producido en nuestra
sociedad están los que tiene que ver con el alargamiento de la vida,
de los años de expectativa de vida y la correspondiente reubicación
de todos los ciclos vitales. Cuando sólo se espera vivir 50 años,
se llega pronto a la vida adulta. Cuando las probabilidades están
más allá de los ochenta, hay tiempo para otros ciclos vitales diferentes
de una larga vida adulta o una interminable tercera edad. Por esa
razón, entre las edades infantiles y las etapas adultas han aparecido,
en las sociedades occidentales, etapas vitales destinadas a no ser
ni lo uno ni lo otro. La primera de las cuestiones a aclarar es
la de qué edades colocamos bajo la etiqueta. ¿Quién es joven? Con
un criterio simplemente sociológico colocamos entre los jóvenes
a todos aquellos y aquellas que abandonan la infancia y todavía
no son considerados adultos. La dificultad en todo caso es cómo
definir esto último. Cuando la pretensión es trabajar con los jóvenes
solemos hablar de: preadolescencia o tiempo de trasformación adolescente
(12-14 años como referencia); de adolescencia (15-17); de postadolescencia
(¿); de juventud; de jóvenes adultos; de adultos jóvenes... ¿Hasta
cuándo?
Dicho de otra manera, sabemos cuándo comienza, pero el final es
totalmente arbitrario. Depende de qué consideremos ser persona adulta
(cuando todo el mundo se considera joven) o de qué aspectos jóvenes
entendamos que son más relevantes (por ejemplo: vivir autónomamente).
¿Lo dejamos en los 30?
Sociedades adolescentes
Con cualquier propuesta de edades podemos estar de acuerdo en que
hay tres grandes tramos o etapas: el periodo que tiene que ver con
la adolescencia, el periodo central de la juventud y los años de
emancipación o etapa final. De la adolescencia apenas hablaremos
ya que su análisis ha de incorporar otros muchos elementos de índole
psicológico y educativo.
En cualquier caso, conviene recordar que, aquí y ahora, se ha convertido
en una etapa obligatoria para todos y todas, independientemente
de cuál sea su entorno familiar, la realidad social, los condicionantes
culturales. Todos y todas están obligados a dedicar unos años de
sus vidas a ser adolescentes, a hacer de adolescentes como los que
les rodean.
Eso todavía no resulta fácil cuando se proviene de entornos culturales
en los que no hay adolescencia, en los que no estaba prevista la
adolescencia. En ellos se pasaba de la infancia final a la juventud
o la vida adulta por simples ritos de paso, de transición, no por
apalancarse unos años dedicándose a ser adolescente. Es más o menos
igual que en nuestros barrios, hace escasos años, cuando se dejaba
de ser niño pasando de la escuela primaria a hacer de aprendiz de
pequeño hombre barriendo un taller, o de pequeña mujer cuidándose
de los hermanos o empezando a trabajar a turno en una fábrica.
Pasa con el joven gitano, por ejemplo, que un día debía de abandonar
la infancia y acompañar al padre a vender, para ayudar y para aprender.
O con la chica magrebí de 15 años que comentaba a su profesora:
"padre dice que aquí hemos venido a trabajar no a estudiar".
Son chicos y chicas para los que su entorno había previsto acabar
rápidamente una infancia más bien escasa y entrar en el mundo de
las personas adultas que luchan por la vida. Ni ellos y ellas, ni
su familia, habían previsto hasta ahora que llegaría un momento
en el que sería obligatorio ser adolescente.
En su forma de entender el mundo no figuraba este largo estadio
de la vida en el que no se sabe qué pintan, en el que se dedican
a pasar el tiempo, a divertirse, a estudiar, a pensar en ellos y
ellas, a hacer planes de futuro. Se suponía que la educación había
servido para imbuirse de las tradiciones, de las costumbres, de
los modos de vida de la familia y parecen embaucados por las estéticas,
los lenguajes, las actividades de jóvenes modernos que ponen en
crisis todo el bagaje cultural del pasado.
En culturas en las que tienen un gran peso el respeto hacia las
personas adultas, sus hijos e hijas imitan a adolescentes que ejercen
su adolescencia rebelándose contra los adultos, que no repiten lo
que se les enseñó sino que ejercen el
"Jóvenes siempre ha habido, están en
todas las culturas y en todas las realidades sociales. "Juventud",
sin embargo, no. La juventud, como larga etapa de la vida en
la que uno o una se dedica a sentirse joven y ejercer de joven,
es una construcción social". |
criticismo, la libertad, la independencia.
Ellos y ellas podrían acostumbrarse a ejercer de adolescentes, pero
su entorno familiar ve eso como algo inapropiado. La percepción
de los riesgos y la amenaza de un futuro inapropiado, que viven
todos los padres y madres de adolescentes, es en estos casos mucho
más intensa. Permitirles que se hagan adolescentes no está previsto
y supone un desequilibrio añadido (del mismo estilo que el que se
genera en familias que, por otras razones, están en situaciones
de fragilidad), es vivido como una traición cultural a las formas
razonables de ser que ellos tienen.
El adolescente vivirá ante la contradicción de integrarse entre
los iguales y ser rechazado por la familia, mantenerse fiel a la
familia y ser rechazado por el grupo de iguales. Nos encontramos
así con que una de las líneas de acción pasa por el trabajo familiar
para que, estas y otras familias, entiendan un poco mejor el mundo
de la adolescencia y le hagan un lugar entre sus formas de entender
la vida, sin incrementar sus angustias y sus desequilibrios.
LA CONDICIÓN JOVEN HOY
Si hablamos ya de jóvenes, podemos considerar algunas de sus
características dominantes, producto en gran medida de los contextos
sociales en los que se producen. Sin olvidar en ningún momento su
diversidad, podemos destacar algunas de sus grandes características.
Jóvenes del tercer milenio
En una sociedad en profundo cambio, lo primero que debemos
destacar es que gran parte de las formas de ser joven hoy (identidades,
actitudes, comportamientos, etc.) son muy diferentes de las de los
años 70 y 80. Estos cambios han hecho incluso que las diferentes
teorizaciones sobre la juventud hayan sufrido cambios y confrontaciones.
Para algunos estudiosos del tema se había puesto antes un excesivo
énfasis en la
"Gran parte de las
formas de ser joven hoy (identidades, actitudes, comportamientos,
etc.) son muy diferentes de las de los años 70 y 80. Estos
cambios han hecho incluso que las diferentes teorizaciones
sobre la juventud hayan sufrido cambios y confrontaciones".
"En general, los jóvenes actuales,
a pesar de estar más formados, no promocionarán socialmente
más que sus padres". |
consideración de la juventud como periodo de transición, como recorrido
hacia la vida adulta. Ahora, se ha pasado a insistir en la juventud
como una etapa vital con sentido en sí misma. Ser joven es ser joven
y no intentar ir acercándose hacia la vida adulta.
De una manera u otra, la juventud actual sigue siendo un conjunto
de años en los que se dan procesos para adquirir un puesto en la
sociedad y para emanciparse del núcleo familiar. La juventud es
un proceso de emancipación y autonomía con respecto al mundo familiar
y al mundo del trabajo. Las condiciones en las que éste se produzca
condicionan las formas de ser joven. Esas condiciones han cambiado
en los últimos años y los procesos se han hecho más lentos y complejos.
La primera constatación a hacer es la de que el grupo joven está
perdiendo peso y su posición social se está debilitando. La caída
de la natalidad que se inició en las décadas anteriores se nota
ya en las edades jóvenes y se agudizará en los próximos años. No
sólo cada vez hay menos jóvenes, sino que su peso, en una sociedad
envejecida, cada vez es menor.
En Cataluña, desde donde escribo, por ejemplo, los jóvenes (15-29)
son en la actualidad un 23 %, pero en el 2010 serán ya sólo el 14
%, menos todavía unos años después. La reducción del volumen y del
peso relativo, conduce poco a poco a sociedades que restan importancia
a ocuparse de los jóvenes y, por lo tanto a diseñar política adecuadas
para ellos y ellas.
En precariedad continua
Una parte de las grandes trasformaciones producidas en los últimos
años en la realidad de los jóvenes tiene que ver con los cambios
producidos en el mundo del trabajo. Ya no se da aquella vieja situación
de los años 60 y 70 en la que se distinguían fundamentalmente dos
tipos de trayectorias laborales: las de los jóvenes de las clases
medias que podían aplazar su incorporación laboral y las de los
jóvenes obreros que forzosamente experimentaban una presión para
incorporarse con rapidez. En la actualidad con procesos de larga
duración para todos y todas, predominan secuencias mucho más desestructuradas,
con crisis y tensiones, o secuencias de aproximaciones y tanteos
sucesivos.
En este sentido, los jóvenes no son otra cosa que el sector más
afectado por los cambios que se han producido en las relaciones
laborales, hoy marcadas por la precariedad y la discontinuidad.
Los jóvenes actuales siguen teniendo mayores tasas de desocupación
(el doble) que las personas adultas y, cuando consiguen trabajo,
su relación laboral está marcada por:
- La inseguridad sobre su continuidad en el trabajo (el 55% de los
asalariados son temporales (1)
y dos terceras partes de los ocupados llevan menos de un año en
su trabajo). La relación contractual es por lo tanto muy débil y
difícilmente pueden plantearse reivindicaciones o protestas.
- Los ingresos son muy bajos (los que ganan 140.000 Pts. o más son
escasamente una cuarta parte).
- La protección social que reciben es muy escasa, de tal manera
que muy pocos cuentan con prestaciones por desocupación.
Llenos de estudios pero viviendo con la
familia
Esta situación laboral se produce curiosamente cuando la sociedad
española tiene la generación de jóvenes con más años de estudio
que nunca. Entre los jóvenes de 25 a 29 años hay el doble de titulados
universitarios que entre los adultos. Por cada persona adulta activa
hay cinco jóvenes de más de 20 años que han cursado estudios secundarios.
Las ocupaciones de los jóvenes no reflejan su formación.
Las relaciones entre formación y ocupación han cambiado. Las titulaciones
no sirven directamente para ocuparse, pero acaban actuando de mecanismo
de selección ya que para cualquier trabajo suponen un filtro que
elimina a los menos preparados.
Para hacer de bombero no se necesita título universitario pero los
que lo tiene acceden con mayor facilidad que los que no lo poseen.
A la inversa, la baja formación y la nula titulación sí que son
mecanismos segregadores. Los jóvenes que se encuentran en esa situación
están más desocupados y con trabajos en peores condiciones. En general,
los jóvenes actuales, a pesar de estar más formados, no promocionarán
socialmente más que sus padres.
Esta situación ha tenido un fuerte impacto sobre los procesos de
emancipación. Entre el 70 y el 80% de los chicos y chicas jóvenes
sigue viviendo en el hogar de origen (todavía más de la mitad entre
los 25 y los 29). Sólo falta añadir las dificultades para acceder
a la vivienda para que esta situación se refuerce. Felices pero
día a día Todo esto no quiere decir que los chicos y
chicas jóvenes actuales vivan en tensión o dominados por las tensiones.
En casi todas las encuestas aparece que una gran mayoría de ellos
y ellas vive su situación como satisfactoria o buena. Pero ha supuesto
grandes trasformaciones en otros aspectos. La emancipación no es
el objetivo prioritario y aparecen nuevos intereses, nuevas centralidades
para la vida, nuevos comportamientos.
El trabajo ha dejado de ser el centro y por lo tanto el eje a partir
del cual se construye la identidad. Los amigos, el tiempo libre
o incluso la familia lo han substituido. Actúan, viven y son mucho
más en función de los tiempos de ocio que de las actividades laborales.
Trabajar incluso tiene ya, para muchos, otra finalidad: obtener
recursos para poder pasárselo bien. La identidad pasa ya mucho más
por el ocio y el consumo.
No se trata de que todos y todas se hayan vuelto materialistas,
ya que es entre la población joven actual donde pueden encontrarse
mayor presencia de valores que tienen que ver con lo no material:
las relaciones humanas, los afectos, la solidaridad concreta. Pero
también ha supuesto la modificación de los comportamientos en relación
con el tiempo.
Ha aparecido el "presentismo" como forma de vivir sin
pensar en un futuro difícil de pensar y planificar. Se trataría
de la versión juvenil de las culturas de la supervivencia, propias
de los grupos sociales que siempre han vivido inmersos en la precariedad
económica y cerca de las situaciones de exclusión. Han aprendido
y aceptado que debe vivirse al día (muchos jóvenes que no saben
nada del latín entienden y usan la frase "carpe diem").
Es en ese contexto donde cobran sentido la mayoría de sus comportamientos,
sean o no problemáticos. Desde la conducta sexual a los diferentes
usos de drogas, desde la movida del fin de semana a los diferentes
estilos de vida o las culturas y tribus juveniles. La diversidad
de trayectorias, su alargamiento, su precariedad y sus riesgos,
el largo tiempo dedicado a hacer de estudiantes, las dificultades
para la emancipación, etc., resitúan las formas de ser joven, desplazan
la satisfacción a otros ámbitos de la vida.
Todavía desiguales
En este resumen parcial, me queda por destacar todavía las diferencias.
He comenzado recordándolas y acabo revisándolas.
Después de tener en cuenta las edades, hay que tener en cuenta el
territorio. La juventud no está distribuida uniformemente, se da
una mayor concentración urbana, en determinadas periferias de las
grandes ciudades y es muy diversa dentro de cada barrio o pueblo.
Pero hay dos grandes diferencias que tienen todavía un peso determinante:
el sexo y la condición socioeconómica.
Aunque la realidad de las chicas jóvenes es muy diferente a la de
las mujeres adultas, su posición en relación con los chicos de la
misma edad sigue estando discriminada. Por cada mujer adulta ocupada
hay dos jóvenes ocupadas. Además su nivel de incorporación a los
estudios no sólo ha aumentado espectacularmente sino que ha superado
hace tiempo al de los chicos. Hoy hay más tituladas que titulados
superiores, más chicas que chicos con estudios secundarios y, de
promedio, las chicas jóvenes han estudiado al menos un año más que
los chicos.
Pero, a pesar de su mayor formación, su situación en el mercado
laboral es más precaria: les afecta más el paro, la temporalidad
y las bajas condiciones económicas (salvo en algunos niveles técnicos
donde ya están superando al número de chicos ocupados). Las tasas
de emancipación parecen ser algo mayores, aunque es muy posible
que no sea otra cosa que un paso de la de dependencia familiar de
origen a una nueva dependencia de pareja.
Las condiciones sociales de origen siguen siendo también un fuerte
factor de diferenciación entre los jóvenes. Estudiar más años, acceder
a los estudios universitarios, sigue dependiendo de las condiciones
sociales de la familia. Por cada hijo o hija de trabajadores que
está en la universidad hay cuatro de las clases medias o profesionales.
Por eso las formas de acceder al mercado laboral, el tipo de trayectorias
de inserción y de emancipación dependerán de las condiciones socioeconómicas
del grupo familiar.
A pesar de la precariedad laboral, muchos jóvenes de categorías
o de clases socioeconómicas bajas, no diré ya de los grupos marginales
o en proceso de exclusión, se ven empujados a entrar en el mercado
laboral de cualquier manera. No pueden depender, vivir totalmente
a expensas de su grupo familiar. Aún siendo adolescentes o jóvenes
como sus colegas de edad no pueden ejercerlo de la misma manera,
no tienen la misma cantidad de tiempo para intentarlo. Para muchos
los itinerarios serán complicados y a menudo erráticos durante mucho
tiempo.
Notas: (1) Datos referentes a Catalunya. Ver
estadísticas en "Observatori Cátala de la Joventut". www.gencat.es/joventut.
Las diferencias territoriales son importantes, pero tienen el mismo
sentido y características que las que aquí se comentan.
Número 9 - Abril 2001 - Revista Bimestral
de la Asociación Secretariado General Gitano |
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